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- 124- ba, a fin de que se pudiese refugiar en una Embajada; pero no pudieron encontrar ninguna. El mismo P. Alejandro ha– bló con un familiar suyo, exponiéndole su situación y pi– diéndole le recibiese en su casa, donde, sin eluda alguna, se hallaría seguro; pero se negó a prestarle aqu~l favor. No era, por otra parte, empresa fácil salir a la calle, y menos ir a una pensión sin documentación MieCltada, la cual le faltaba de todo punto al P. Alejandro; por eso todos le disuadían de tal propósito. Vtíasele por eso mismo f recuen– tc-·mente preocupado y pens::ttivo, como no era para menos, y cuando, para pasar mejor el tiempo, leía algún libro edi– jicante a los que con él estaban, interrumpía a veces la lec– tura para decirles: "No sé si marcharme." La respuesta de todos era siempre la misma: "Pero si usted no tiene docu– mentación, ¿a dónde va a ir? Seguro que le han de coger pronto en la calle. De modo que sea lo que Dios quiera." SU DETENCION... SU MARTIRIO Se acercaba la fiesta onomástica de la señora de la casa, clía de San Joaquín , y el P. Alejandro manifestó su deseo de celebrar en ese día la Santa Misa, lo que también desea– ban los ,demás; mas considerando que no lo podrían hacer ~in que se apercibiese de ello la sirvienta comunista, hubo que desistir, aunque con gran sentimiento de todos. Sin embargo, los demás la celebrar.ían allí con más o menos solemnidad, pero él no: lo haría, en cambio, en el cielo. No sabemos a punto fijo quién haya tenido la culpa de su detención. Nos consta con certeza que uno de los firman– tes de la denuncia fué una mujer que t~nía un puesto ele pe– ,·iódicos en la esquina de las calles Abascal y Miguel An– gel; pero quizás la culpa principal haya que echársela a la tantas veces mencionada sirvienta, que no se recataba de decir a ·las demás sirvientas de la vecindad, por las venta– nas que daban a los patios, que "allí tenían un fraile" . Sea de ello lo que fuere, el día rs de agosto un grupo

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