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- 121- del Santísimo Cristo, y ante su imagen y en profunda ora– ción espera confiado y pide fervorosamente por la suerte de los religiosos y, sobre todo, de los niños. Y cuando momen– tos después los milicianos pretenden a todo trance violentar la puerta y entrar en el convento, él mismo es el que se di– rige a la puerta y el que la abre, y el que expone su vida por ~alvar las de los 1demás. El pide luego con todo encareci– miento al teniente coronel de la Guardia Civil que va al fren– te de los milicianos asaltantes, que sobre todo "mire por los niños: que nada les pase a los niños del Colegio". Sin embargo, no fueron aquéllas, para él ni -para los ()tros, las horas más amargas y trágicas; ni en el convento ni en el Orfanato ele El Pardo, a donde fueron primeramen– H' llevados, gustarían hasta las heces la amargura del cáliz en que Dios les exigiría el ofrecimiento generoso de sus vi– ·clas, sino más tarde, el día 23. en los sótanos de los cuarte– les. Allí solos, sin auxilio humano, entre fusiles, entre voces que les conminaban con la muerte próxima, fué cuando to– dos creyeron inminente su fin y encomendaban a Dios fer– vorosamente su alma. El P. Alejandro aprovecha esos mo– mentos para hacer leer el texto de la Pasión, según San Juan; les da la absolución a todo~ y luego, con dulces y fer– vorosas palabras, con frases tiernas impregnadas de amor, alienta a todos y les anima a ofrecer sus vidas por Dios y vor la Patria, a sufrir el martirio, si tal era la voluntad de Dios. No había llegado, empero, ni para él ni para nadie, ese momento señalado por el Altísimo. Con los demás religiosos es llevado aquel mismo día por la noche a la Dirección de Seguridad, y como ellos, también <'S puesto en libertad el día 25. EN SU REFUGIO Lo que a partir de esa fecha le sucedió hasta su muerte nos lo ha referido, por escrito que conservamos en nuestro poder, una religiosa carmelita, Sor Teresita del Niño Je– sús, C)Ue estuvo refugiada con él en la misma casa.

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