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EN VISPERAS DE LA REVOLUCION En dicho día, a la sazón domingo, nos levantamos a la hora de costumbre; se rezaron las Letanías y se dió comien– zo a la meditación. Estando en ella y cuando ya algunos Pa– dres habían bajado al confesonario, entra una miliciana en la iglesia y grita en alta voz: "¡Que salgan todos los hom– bres!" Nosotros, creyéndola algo perturbada, de buenas ma– neras le dijimos se saliese cuanto antes y nos dejase en paz; ella, aunque protestando y amenazando que si no querían salir por las buenas lo harían por las malas, se alejó por fin del templo sin otra consecuencia. Fué entonces cuando nos percatamos de que ya andaban merodeando por la calle las milicias, armadas de fusil, ame– nazando a cuantas personas se asomaban a ventanas y bal– cones, y encañonando, sobre todo, las de nuestro convento, como más sospechosas al parecer. No se contentaron con esto solamente, sino que, creyen– do teníamos armas escondidas, se empeñaron en hacer un re– gistro en la iglesia y convento. llevado a efecto por dos po– licías y un miliciano, y aún no dándose por satisfechos y has– t~ creyéndose engañados, hicieron un nuevo registro los mi– licianos solamente. Tras de ese ligero incidente, seis milicianos, fusil en mano, se pusieron a ambos lados de la puerta de la iglesia, viéndose la gente obli gada a pasar por medio si quería oír :Misa. No se interrumpió, sin embargo, el culto; las Misas se ciijeron de media en media hora, hasta las diez y media, hora en que, viendo el cariz que tomaban las cosas y los sustos y revuelos que por cualquier ruido incidental formaba la gen– te que estaba oyendo misa, el Padre Provincial, Agustín de Corniero, juzgó prudente suspender el culto y cerrar la igle– ~ia. Tampoco por la tarde se celebró función alguna para el ¡;úblico.

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