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CONVENTO DE MADRID A partir de la proclamación de la República, y, sobre todo, desde la quema de los. conventos e iglesias, el 1 r de mayo de 1931, nadie podía llamarse a engaño de que más pronto o más tarde habría de sonar una hora terriblemente trági– ca en la historia española. Los preludios de la catástrofe fueron mayorm.ente las elecciones del 16 de febrero de 1936 con el triunfo de las iz– quier.das y con la subida de éstas al Poder. Así tenían en 5;ns manos toqos los resortes que necesitaban para el triun– fo total en los destinos del país; así podrían llevar a reali– zación sus ideas e imponerlas en el terreno social y político e incluso en el religioso, si posible fuera. PRIMEROS CHISPAZOS Pocos días transcurrieron después de aquellas nefastas elecciones cuando Madrid presenció los primeros chispazos que habrían de culminar en imponente hoguera. Fué el 13 de marzo siguiente, y por cierto segundo vier– nes de mes. Como solía suceder, la chusma aprovechaba cual– quier oportunidad para saciar sus deseos, mejor dicho, sus brutales instintos. En esta ocasión fué el entierro de un obrero. De vuelta del cementerio, los asistentes a dicho acto se dividieron en dos grupos: uno, que se dirigió a quemar los talleres del periódico La N ación) y otro, que se encaminó a nuestra iglesia de Jesús. Después de disolver las "colas" ele personas que esperaban adorar la imagen, quisieron penetrar rn el templo para llevar a cabo sus intentos incendiarios. La fuerza pública que allí se encontraba nada hizo para impe– dirlo; nada tampoco podía hacer; las órdenes que tenían, se– gún propia confesión, eran las de haberse pasivamente ante cualquier desmán ele ese género.
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