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74 VOCACIÓN Y CAMINO (1913. 1942) jador de sacerdotes" (la expresión es suya) las cosas eran así, ni se vivían así, y la lealtad histórica obliga a confesarlo. Primera Misa en su conven to de Pamplona-Extramuros Vayamos entreverando, como curiosos narradores, los datos autobio– gráficos del autOr con las noticias que rescatamos de los archivos. La vida medio militar en Lccároz, aquellas circunstancias con el alma en vilo de si llegaría o no la dispensa sacerdotal, no eran las condiciones más favo– rables. *** Por todas estas razones el día de mi Ordenación sacerdotal no fue para mí lo que debía haber sido. Lo saboreé poco. La Primera Misa, según la costumbre de enconces en nuestra Orden, fue en nuestra iglesia del con– vento. Mi padre no quiso ceder a nadie el honor de hacerme de padrino; creo que fue quien más gozó aquel día; no cabía en sí. Para madrina había designado yo a la abuela; pero la pobre, con sus 86 años, enfermó de emo– ción y ruvo que quedarse en casa. La sustituyó como madrina mi herma– na María. Me asistieron como padrinos eclesiásticos el párroco que me bautizó y el que me dio la primera comunión. Mis hermanos estaban todos, y Jesús vino con su uniforme de seminarista de Alsasua, donde lle– vaba ya cuatro ai'ios; Martín había vuelto a casa después de haber hecho toda la campaña del norte como voluntario requeté y todavía estaba movilizado José, que luchó en Teruel y en toda la campaña del Levante también como requeté en el tercio de la Virgen del Camino. El hecho de haberse proclamado la vicroria el día 1 de abri l contribuyó a dar más ambiente de fiesta y de regocijo a mi Ordenación y Primera Misa. Las manos perfumadas Hay cosas que no se olvidan, por más que las recubran años y años. Cuando murió el P. Lázaro en Frascati, su hermana Visitación besaba con cariño de hermana y con fe de creyente las manos de su hermano ungido un día sacerdote. Y a su recuerdo volvía, sin quererlo, el besamanos de la Ordenación. María, como madrina reemplazando a la "abuelita", las había atado con la preciosa cinta de seda, al recibir la unciót~ del crisma; María le había arrojado el frasco de perfume para que aquellas manos consagra– das olieran divinamente al estampar el beso en ellas. Y ahora muerto..., como un besamanos de ordenación al hermano sacerdote..., como si aquel perfume sacerdotal volviera, desentrañando el misterio... Fue una viven- cia.

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