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Fray Lázaro: el noviciado en SangOesa (1931-1932) 55 para chicos mn jóvenes- entre los 16 y 19 años· comprometidos en las observancias capuchinas, en un retiro total del mundo y en el estudio. Pasé a Fuenrerrabía, donde durante rres años cursaría la filosofía y las ciencias. El ambienre de playa por un lado, en el exterior, y por otro Los nuevos horizontes que abrían los estudios superiores y la misma edad, en años de tanta vitalidad, hacían que el barniz del noviciado se perdiera rápidamenre. A los pocos meses, en la mayoría, quedaba muy poco. Y yo no fui una excepción. Es cierro que seguí amando mi vocación, poniendo esfuerzo en mi vida interior, llevando con bastante fidelidad la dirección espiritual; pero no fa ltaron crisis profundas aun de vocación; lo que había renunciado definitivamente parecía a veces demasiado atrayente; el cora– zón reclamaba sus derechos y los sentidos querían desmandarse. La mujer se ofrecía ahora como un complemento normal de mi vida, ¡y salía a l paso en formas tan concretas y reales cada ve: que íbamos de paseo o ~e aso– maba uno a la ventana! La victoria fue costosa; mi vocación salió robus– tecida, gracias al auxilio del Señor y a la protección de la Divina Pastora. a quien se la tenía encomendada. Me sirvió grandemente mi ilusión por ser misionero, idea que la seguía cultivando por todos los met.lios, y mi laboriosidad. En aquellos rres años sentí un afán de actividad inconreni· ble, mis facultades imelecruales se desarrollaron, era como una vida llena que no cabra en mí; no había iniciativa o actividad en el colegio en que yo no estuviera metido. Tenía pflSión por escribir. Enfermo de pleuresía Terminé debilitándome por causa del clima, del trabajo y de la ali– mentación deficiente. Al llegar el tiempo de marchar a Pamplom• para el estudio de la teología, caí gravemente enfermo de pleuresía. El P. Provincial d ispuso mi t raslado al convento de Sangüesa. Fue una prueba y una graci¡1 grande del Señor. Aquellos tres meses de reposo obligado, en el ambiente del noviciado, fueron muy saludables para el espíritu y me hicieron m~s hombre. En lo> primeros días lo> médicos se alarmaron y, dada mi debilidad, se puso muy en duda que pudiera vencer la enferme– dad. Cuando me visitó mi padre, se fue llorando, convencido de que tenía hijo para poco tiempo. Para colmo, una inyección intravenosa de calcio me puso una noche a las puertas de la muerte, según dijeron, por un amago de embolia. Pero yo nunca creí que mi vida iba a terminar así; y cuando el confesor me apunraba la posibilidad de morir, me reía:

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