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36 VOCACIÓN Y CAMINO (1913 • 1942) Unas jornadas de tragedia No quiero omitir unas jornadas de tragedia que me tocó pasar ames de despedirme de casa. Fue en los días primeros de julio. Una noche yo no podía dormir por e l dolor de muelas. Debía de quejarme mucho, porque mi padre se levantó y vino a mi cuarto a aliviarme. Se le ocurrió asomar– se a la ventana y dio un alarido lastimero. ¡Qué pasaba? En el cascajal que había entre la casa y el rfo había ido reuniendo mi padre cientos y cien– to~ de maderos de pino; los tenía colocados en ramblas, limpios y prepa– rados para hacer las almadías en el próximo otoño y llevarlas rfo abajo para la venta, como entonces se hacía. El dfa anrerior había llovido mucho y seguía lloviendo tOrrencialmente durante la noche, con lo que se formó una riada imponente; el agua cubría ya todo el cascajal. Cuando amaneció se vio toda la gravedad del desastre que estaba sucediendo: las ramblas de maderos flotaban en el remanso, eran llevadas poco a poco al centro del río y desaparecían río abajo. No quedó nada. Mejor dicho, quedó la deuda del importe de los lotes y de los jornales de los peones que se esperaba pagar con el importe de la madera. Mi padre estaba que parecía iba a perder el juicio; en casa el cua– dro era desolador. La ruina total. Aquel diluvio duró tres días. Al tercer dfa mi abuela y yo nos animamos a ir por los montes -el valle estaba total– mente inundado -a ~acar las vacas que estaban en la bajera de una casa vieja que había en una finca que teníamos lejos, junto al río. Seguía llo– viendo y la tierra estaba reblandecida en todas partes. Cuando ya llegá– bamos al sirio, un enorme estruendo nos hizo volver la cabeza: detrás de nosotros, a unos meLros, acababa de haber un corrimiento de tierra; si hubiera ocurrido medio minuto ames allá quedamos sepultados. También por entonces, creo que era el año anterior, corrí otro peligro. Iba por la carretera en medio de una tormenta de truenos y rayos. De pronto sentí un fogonazo delante de mí y ya no supe más. Cuando reco· bré el conocimiento me vi en la cocina de la venta, vestido con la ropa del amo. Me habían recogido desvanecido, pero el rayo no me había tocll· do. Debió de dar en una herradura que había en el suelo. ¡Bendita sea la providencia del Señor! Por fin en Alsasua (agosto 1926) Por fin, a fines de agosto partí para Alsasua. Mi madre me acompañó hasta Lumbier. Ella habfa callado en rodas aquellas and¡¡nzas vocaciona· les; era siempre muy amiga de observar, sentir y callar, y algo me tmnsmi·
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