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28 IIOCACION Y CAMINO (1913- 1942) A los cinco años comenc~ a ir a la escuela, cuando ya había aprendi– do las letras en casa. Debfa ser yo entonces bastante vivo y de lengua suel– ta, porque recuerdo que el primer día me castigó el maestro por hacer refr a los compañeros. Hice progresos muy rápido>, a pesar de que con fre– cuencia tenía que dejar de asistir a al escuela, o porque tenía que hacer de niñero en casa o porque me enviaban con los animales al monte: yeguas, vacas u ovejas. Pero me gustaba ir a la escuela. A los ocho años ya me hacían leer en casa para todos los libros edificantes que solían leerse en las noches de invierno, mientras desgranaban el maíz: vida de Jesucristo, de la Virgen, de los santos o la historia sagrada, fábulas, etc. Mi abuela, muy instruida, tenía una pequeña biblioteca bastante selecta. Y yo era muy aficionado a la lecwra. Bastante más que a andar tras el ganado. Primera Comunión A los seis años el párroco me vio bien preparado para hacer la Primera Comunión, juntamente con otros siete niños y niñas. Fue un dfa de ciclo para mí. Aún recuerdo el gozo interior que me produjo la confesión hecha de víspera; al vulv<.:t a.._,.~" p;m:da que no pisaba el suelo y que en mí no había más que espíritu. Fue mi primera experiencia de lo sobrenatural. Viví el día muy intensamente; Jesús me hizo sentir fuertemente el primer encuentro con El. Por la tarde fuimo:. invitados todos los comulgantes a la casa de uno de ellos, en el molino. El párroco, excelente, nos había obsequiado con una pelota a cada uno de los niños, que éramos seis; en el molino todos que– rfan jugar a la pelota, pero ninguno quería sacar la suya. Yo saqué la mía en seguida, no obstante tener por cierto que no tardaría en ir a la acequia. Así fue, en efecto; a los pocos tantos, mi pelota al agua, y no hubo modo de cogerla. El juego terminó. pero yo no qued~ triste; al contrario, sentí gozo de haber hecho aquel acto de desprendimiento por amor a Jesús en el día de mi abrazo con EL Los atisbos del ingenuo amor: la niña del pelo rizado y ojos soñadores El ambiente fami liar, muy sano y edificante, y aquel mismo aislamien– to de los niños de mi edad. con los cuales apenas alternaba más que en los inrermedios entre clase y clase y en los días de fiesta, además de la provi– dencia particular del Señor, me mantuvieron en una niñez pura. Me cau– ~aba repugnancia todo lo que fuese conversaciones de mal género o acciones feas, que veía en los niños ya crecidos, lo mismo que los juegos de mal estilo. [...)

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