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278 MISIÓN DESDE ROMA (1965 -1997) un maestro. Estuvo siempre cercano a nosotras con sencillez y discreción, respetando la responsabilidad propia de las monjas y del asisteme nacio– nal. Con frecuencia fue relator en las asambleas de abadesas, en los cursos de formación y "aggiornamento" para las diversas categorías de hermanas (neoprofesas, formadoras, hermanas mayores, etc.), en cada monasterio, sobre wdo explicando temas de franciscanismo, historia de la Iglesia, de la Orden franciscana, de las Capuchinas. Visitaba a menudo los monaste– rios, siempre prudente y discreto, llevando la Palabra de Dios y de la Iglesia, ayudando a profundizar el mensaje de San Francisco y Sama Clara, con su conocida competencia, con tanta pasión y entusiasmo. Innumerables los días de retiro y los ejercicios espirituales dirigidos por él. Su última fatiga pastoral, en vísperas del ataque que le llevó a la muerte, ha sido precisamente los Ejercicios espirituales que dio a las capuchinas del monasterio de la Resurrección en S. Giovanni Rotando. Las capuchinas italianas le deben al P. Lázaro, sobre todo, la apertura a los nuevos aires teológicos y pastorales del Concilio Vaticano II de cuyo espíritu fue verdadero paladín, recogiendo y anunciando sus valores, las líneas maestras, perspectivas y posibles desarrollos. ... Recordamos al P. Lázaro como auténtico hombre de Dios, franc is– cano convencido y enamorado del carisma, que logró ser un testigo con– vincente con toda su persona, con su talante sencillo y al mismo tiempo austero, con su estilo de vida. Aparte de Padre, y hermano mayor, él fue para nosotras un maestro de excepción, un guía espiritual. Y a su direc– ción espiritual recurrían hermanas particulares abriéndose con confianza. Somos muchas las que hemos sido introducidas personalmente por él para conocer, amar y vivir la espiritualidad de San Francisco y Santa C lara en sus esencias evangélicas, con aquel sentido de fidelidad en la libertad que era una de las caracreríscicas que le distinguían y uno de los mensajes más fuertes que transmitía. El P. Lázaro puede ser definido como hombre del Evangelio y hombre de la Iglesia, con el corazón y la mente abiertos para acoger la "novedad" del Espíritu y todo lo que el Espíritu dice a la Iglesia -lo que sea- en el devenir de los tiempos. Solía decir que en el curso de su vida había que– mado más de una vez sus libros de teología y había hecho el "lavado de cerebro", evidentemente con esa agua fresca que brota del Espíritu que habla en la Iglesia, que construye el "hoy" de la Iglesia.

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