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Por Santa Clara y las hermanas capuchinas 273 menos seis tailandesas, algunas convertidas hace poco del budismo. Pude entenderme con ellas y darles conferencias por medios de las monjas ita– lianas que me hadan de intérprete~; la lengua del pafs es muy d iferente de las nuestras y tiene escrirura especial. Las monjitas taüandesas son inteligentes, muy vivaces y alegres, asi– milan muy bien el espíritu franciscano. En las tres comunidades me reci– bieron imponiéndome un collar de flores, primorosamente trenzadas, como lo hacen con los huéspedes ilustres. Pasé la Navidad en uno de los tres monasterios, concelebrando la Misa de Gallo con la iglesia llena de cristianos. Ames de la Misa se celebró la llegada de los ángeles: unas cua– renta jovencitas vestidas de ángeles, que salieron ejecurando una danza vistosa, mientras se cantaba "Gloria a Dios en las alturas" en su lengua, por la explanada y escalinata delante de la iglesia. La danza es algo esen– cial en esa gente, arrista por naturaleza; pero es una danza fina y sugesti– va, consistente sobre todo en e l movimiento de las manos en rinno muy armonioso. Viajé en tren y hasta en puspus, es un carrito de un solo asiento entre dos medas, con un toldo, antes era tirado por un hombre que corrfa des– calzo; ahora son t riciclos de bicicleta. En uno de esos recorrí las calles más céntricas de la c iudad de Udon Thani, en busca del convento de las capu– chinas; el pobre ciclista pedaleaba jadeame y apenas podía con mis 85 kilos. Lo peor era que no podíamos entendemos; por fin en un comercio de telas de indios de Bombay pudimos orientamos para dar con el con– vento«JJ.
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