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160 FORMADOR EN LA PROVINCIA (1942-1965) lidad que tienen es acoger a las chicas extraviadas, buscándolas en los mis· mos lugares del vicio, rehabilitarlas y asegurarles una vida honrada. Lo hacen maravillosamente. En los primeros años se hallaban sin vocacio– nes. Pero yo y algunos otros sacerdotes les hicimos una propaganda en la prensa, escribiendo algunos artículos sobre su obra. El efecto fue que comenzaron a pedir la admisión excelentes chicas de varias partes de España, y organizaron el noviciado. Primero pidieron la formación ascéti– ca a un sacerdote secular, pero no les satisfizo nada. Entonces vinieron un día la fundadora y la maestra de novicias, Fernanda Unzu, de la familia Unzu tan conocida en Pamplona, y me pidieron ese favor. Tuve que aceptar haciendo un sacrificio regular. Eran dos clases semanales largas a tmas doce o quince novicias, chicas instrui– das, universitarias gran parte de ellas, y muy de mundo (en buen sentido). Visten, naturalmente, de seglar y cada una tiene libertad para arreglarse a su gusto (lo cual no deja de crear sus problemas a las superioras, porque la mujer, si viste unifonne o hábitO es exagerada en la uniformidad, pero si se le deja en libertad, es incomenible en su afán de distinguirse). Era, pues, para mí un nuevo público femenino y consagrado o en vías de con– sagrarse. Temí también esta vez que al verme durante tanto tiempo ame aquellos rostros juveniles y aquel modo de vestir exactamente seglar podría quitarme libertad. Vestían modestamente, pero al fin y al cabo estaban en traje de casa. [...]. Pero vi desde el principio que podía desenvolverme yo también con naturalidad, poniendo la atención no en lo que veían mis ojos de hombre sino en lo que hacía como sacerdote. Las clases eran a mi estilo, vivas, activas, de forma que caían las preguntas de vez en cuando, azorándolas bastante. Aunque entre sí se hablaban de tú y los demás sacerdotes les daban este tratamiento, yo usaba el "usted" pre– cisamente para ayudarles a ver mejor en mí al sacerdote y para vivir yo más seguramente la convicción de que me hallaba ante mujeres consa– gradas. El repaso lo hacían ellas mismas, mediante conferencias que yo les distribuía de antemano sobre los temas explicados, y les hacía también unas encuestas. C<>mo eran chicas de estudio, podían resultar bien estos sistemas y les formaba mucho. Me estimaban, pero no entré apenas en el interior de ninguna. Sólo hubo una que me llamó para hacer una gran confidencia. Había hablado yo del ofrecimiento de víctima... Al poco una de las novicias cayó enfer– ma de tumor al cerebro con dolores enonnes; fui a despedirla cuando la iban a llevar a Madrid, donde tenía la familia y habían de operarla. Quiso quedarse a solas conmigo, y entonces me declaró que se había ofrecido
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