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152 FORMADOR EN lA PROVINCIA(1942-1965) Pero esa mujer caída no era mala. Enseguida descubrí en ella una conciencia viva de la propia infe licidad moral, una esperanza de reha– bilitarse al menos ante Dios y ame alguien que supiera com– prenderla, ya que ante la sociedad se consideraba irremediablemente caída, hollada y abatida. Cuando llegaban las nuevas, ordina– riamente traídas por el tribu– nal, la empresa no era fácil. Se revolvían contra la injusticia y la incom– prensión de los hombres "honrados", no soportaban el encarcelamiento ni a las monjas ni a las compañeras. El recuerdo de todo lo pasado las tenía obsesionadas. Recuerdo de una que vino voluntariamente, pero no podía aparrar de su cabeza la música y el baile de los cabarets donde había tra– bajado, y acabó por volverse. Otra me decía: "Esto se me hace insoporta– ble: ¡todo el día con mujeres, sin ver ningún hombre!". Y el "hombre" estaba allí, cada semana, detrás de la rejilla del confe– sonario. Recién llegadas venían a buscar sólo al hombre. Había que ser muy comprensivo con ellas aun en esto. Luego caían en la cuenta de que el hombre-sacerdote no era como los hombres que habían intimado con ellas hasta entonces. Este hombre consagrado sabía amar también, pero ¡de qué manera diferente! Muy pronto la actitud ligera del principio, a veces mal intencionada, se cambiaba en respetuosa confianza, despli(!S en afecto filial y finalmente en sumisión sencilla y sincera. Este hombre con– sagrado no abrigaba desprecio hacia la mujer caída, ludibrio de los demás hombres, escarnio de las demás mujeres (la mujer es más cmel que el hombre con la mujer caída en desgracia). Este hombre consagrado creía en la mL1jer, la comprendía, la elevaba. Y ¡cómo respiraban al ver 4uc tam– bién ellas eran dignas de consideración, que podían aspirar a ser algo grande ante Dios, que no eran un guiñapo en medio de la sociedad! Y cuando comenzaban a gustar el traro con el Señor, una vez purificada el alma, y veían que r:Hnbién el ideal de la virtud, de la santidad, era para ellas, yo me sentía feli zante la generosidad que mostraban. ¿Y también el ideal de la virginidad? - "También, hija mía"- "¡Ay! Repítamelo otra vez: ¡hija mía! Nadie me había hecho oír hasta ahora esa palabra tan dulce"– "Pues sí, hija mía. También tú puedes ser pura, casta, limpia, objeto de la

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