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150 FORMADOR EN lA PROVINCIA (1942-1965) Las jóvenes del barrio No bien comencé a confesar en la iglesia, vi que se acercaban a probar fortuna en mi rejilla buen número de jóvenes del barrio. Pero el número se redujo muy pronto: me hallaron muy serio, muy sobrio y muy poco comunicativo fuera del confesonario. Algunas, con todo, se pusieron bajo mi dirección en buen plan. Un día me llamaron a la portería y me encon– tr6 con unas quince jovencitas que acompafiaban a una de mis hijas espi– rituales y que, claramente, querían conocerme y oírme hablar. Salud6, recibí el recado y vi que quedaban azoradas. Cuando después vino a con– fesarse la que me había llamado, le dije: Que sea ila última vez que me haces esto! ; la que quiera saber cómo soy que venga al confesonario, y a ti misma no quiero tratarte sino aquí y en plan espiritual; no te extrañes si te encucnrro en la calle y no te saludo. Fue la norma que seguiría con todas mis penitentes, tanto que de algunas de ellas no llegué a saber ni el nombre, y a pocas conocía cuando las encontraba por la calle. Claro está que con este sistema quedaron descartadas de mi clientela rodas las casquivanas y wdas las que no venían en serio. Las que se pusie– ron bajo mi dirección en aquellos primeros años casi todas terminaron religiosas: dos en capuchinas cerradas de Calarayud, una en las terciarias capuchinas, otra en las Esclavas del Sdo. Corazón, ere. Y sea porque nunca quise dar a cultivar el confesonario en nuestra propia iglesia, de miedo a que me robase mucho tiempo, sea porque Dios no me ha dado arte para entusiasmar a la mujer seglar, lo cierto es que mi clientela feme– nina fija en el confesonario fue siempre muy reducida y bastante rutina· ria. Siempre me he encontrado sin men aje para ella. En cambio para la mujer consagrada lo he tenido siempre y abundante. Mi prime r descubrimiento del fondo del corazón femenino: la "mujer caída" Mi primera experiencia en gran escala fue cuando me encomendaron el confesonario de las jóvenes recogidas de las oblatas. Era yo todavía muy joven, sólo tenía treima años. Fue experiencia un poco fuerte, pero muy provechosa para mí formación pastoral. Dios quiso que mi primer descu– brimiento del fondo del corazón femenino fuera asomándome al alma de la "mujer caída". Aquellas pobres criaturas despertaron en mí un gran interés paternal, primero compasión, luego cariño. Y ellas me correspon– dieron confiándose plenamenre. Ciertamente no era aquella la mujer nor– mal. Las había plenamente anormales, y la mayor parte eran víctimas de

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