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PALABRAS DE ENTREGA Diremos de la faz cetrina y dura, y de la tez, corteza de encinares, los ojos con trasuntos de otros mares, nubles en llamarada de ternura. La veste tiesa en viva entalladura, íhierático y cercano!, los pesares en la frente, y roca de sillares por pedestal eterno a la figura. Tenéis la majestad de lo divino tallada en el fulgor de cada arista, y un humano contorno que adivino, donde feliz reposa nuestra vista. Diría que un icono bizantino con rrazo de pincel renacentista. 13 "Ternura... y un humano contorno que adivino". Ahora, después de morir, mi adivinación la he visco hecha testimonio. La ternura eran las aguas profundas de su corazón. El idealista P. Lázaro -tan serio- llevaba dentro, y lo llevó de por vida, un corazón de niño, abierto a la sorpresa y a la comunicación, a la noble amistad. La apertura al mundo femenino fue el toque último de su despliegue humano, punto delicado en el cual - creemos- él acertó. Éste era el secreto tierno del escriwr, del hombre céle– bre de los libros de espiritualidad franciscana. Así lo vemos. * * * La historia tiene sus fuentes y el lector se pregunta con curiosidad y razón cuáles son los documentos que están a la base de lo que aquí escri– bimos. l . El documento base es que el hermano difunto es un hermano de casa, de la misma fam ilia y provincia religiosa. Al P. Lázaro lo hemos conoci– do desde hace más de 40 años; él fue director del Colegio de Teología y

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