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Capítulo IX El corazón de la mujer Del convento hacia afuera Además de mis tareas en el Colegio, me dediqué también discreta– mente a los ministerios exteriores. Me tocó predicar y confesar en gran parte de los pueblecitos de la zona de Pamplona; tomé parte en la misión general de la ciudad, sobre todo en las conferencias especiales a los médi– cos; di conferencias en diversas ocasiones. En la iglesia del convento pre– diqué y confesé lo que ocurría. Y en esos ministerios es como se fue haciendo presente en mi vida sacerdotal la mujcr 161 • * * * Habfa unas fiestas clásicas en los pueblos de la geografia de Navarra en los que se requería la presencia del capuchino, que era el predicador de la fiesta y, sobre todo, e l confesor del pueblo. En aquellos tiempos, en algu– nas fiestas todo el pueblo pasaba por el confesonario. Llegaba el padre capuchino a media tarde, y tras la acogida en la casa parroquial o en Casa de Hermanos, bien pronto se sentaba en el confesonario. Salía para la cena, pero luego volvía a su puesto y pasaban los hombres y los mozos. Venían con paso firme y de frente, OcLJtos tras la cortinilla, a veces como abalanzados hacia el hombro del confesor, se comenzaba: Ave María Purísima... Era un gozo oír estas cosas, la recia sinceridad de unos hombres curtidos, que no dejaban la Inmaculada o San José sin comulgar. Los curas de Valdizarbe, Valdeollo, la Cuenca de Pamplona... ya al principio del tft! No1as confidenciales! inicio de lo que podríamos llamar IV parte: Ministerios sacerdotales con la mujer.

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