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Palabras de entrega Cuando el mes de diciembre de 1997 falleció en Frascati (Roma) el P. Lázaro, surgía por doquier el mismo comentario: Ha sido toda una figura de la Orden, el P. Lázaro pasará a la historia. Al decirlo se pensaba en sus libros. El P. Lázaro ha sido un singular hcrt~ldo clel franciscanismo, men– sajero de Francisco y C lara. En esta primaveral floración de la literatura franciscana, que comenzó antes del Concilio y siguió abundando luego con la consigna de volver a las fuentes, el nombre del P. Lázaro ha llega– do allf donde se junta una fraternidad franciscana, masculina o femenina, con ganas de renovación, con esperanza cara al futuro. Parece, sin exage– raciones, que por el acieno pedagógico de sus libros nuestro hermano capuchino ha sido el aumr más leído en estas materias. Al celebrar en su ancianidad una fiesta memorable de su vida un grupo joven de monjas italianas le dedicó con exquisito candor una viñeta que le retrababa a él, t~nciano pero con cierto mohín de niño ingenuo que inclina la cabeza y se deja querer )unto a él la artista comprometfa a Francisco y Clara que ceñían con una corona o una guirnalda al •lustre Lázaro. Viñeta "na·¡f'' que retrataba la verdad honda de su vida. El investigador Lázaro lriarte merece un recuerdo grabado para la pos– teridad. Pero hay más: el P. Lázaro, ejemplar estudioso, fue primero ejem– plar religioso. N inguno de su provincia re ligiosa llamada de N<~varra Cantabria-Aragón, dirá lo contrario; afirmarán sin ninguna duda que el P. Lázaro, largos años formador de jóvenes, era un hombre de una pieza: trabajador infatigable, austero y observante -cuando la palabra "obser– vancia" tenía su relieve propio-, persona espiritual en quien se podía depositar la confianza, en suma, un religioso destacado en su vocación capuchina.
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