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90 El Padre Esteban de Adoain Misa. Y terminada ésta, explicábales un buen rato la Doc– trina Cristiana, sirviéndose del texto del Padre Astete, usado en Navarra. A las diez se reunían de nuevo. Formaban siempre dos grupos: los de raza blanca entraban en la capilla; los in– dios, por estar desnudos, se quedaban fuera a la sombra de los árboles. Un tercer acto se celebraba. a la tarde y , previo un rato de oraciones, se continuaba la instrucción religiosa. El Padre Adoain se encargó de los indjos. el Pa– dre Hernani de los blancos. Los indios se ordenaban en dos filas, colocándose en una los varones y en la otra las mujeres. Nuestro misionero se situaba en el centro y- paseaba en la calle !orina da en– tre ambas filds. La primera tarea fué enseñarles a santi– guarse, haciendo muy despacio la señal de la cruz en la frente y dictando las palabras, y continuando así hasta que todos repetían siguiendo al misionero. Como los indios no tenían noción de Dios, ni del alma, ni de la vida cfutura, procuró primero aficionarles a la vida. social, descubriéndoles' las grandes ventajas de ella. A los. varones les. dijo que, si tenían paciencia para aprender a leer, escribir Y' contar, se pondrían al nivel de los blancos, podrían ser gobernadores y alternar con aquéllos Gn car– gos y oficios, no sólo en su país, sino en las grandes ciu– dades y en la capital, ya que por ser indios no eran de in-– ferior condición que los de la raza blanca, ni de menos ap-– titudes. A las indias les dijo que les proporcionarían ves– tidos tan buenos como los de las señoras blancas, que aprenderían a coser, a hilar, etc. Escuchábanle todos con, suma atención y con visibles muestras de regocijo. Y los. que sabían hablar el castellano exclamaban: «Tiene razón nuetro Pae. Nojotro siempre etaremo obediente a uté, nuetro Pae. . Distribuía regalillos, que aunque de escaso valor, eran muy estimados por aquellas gentes sencillas. Así se capta-– ban su simpatía y su adhesión. Casi todos los días iban a visitarles en sus misérrimas. chozas, procurando no hacer distinciones, porque si un in– dio viera que se tenía predilección por otro, se hubiera fu– gado a la selva y hubiera sido imposible sacarlo de ella.. Pronto pudieron comenzar ambos misioneros a explicar ideas abstractas de los misterios de la Religión. Los jóve-

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