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88 El Padre Esteban de Adoain un sonsonete repitiendo la sílaba: ¡Maaa! ¡Maaa! ¡Maaa!. . :(.os hombres formaron coro con el cantor, y contestaban las mujeres en el mismo tono. Al ritmo del canto se movían los dos círculos y saltaban. Después de un rato, quedaron pa– rados y todos se dieron de palmadas y comenzaron a sil– bar. Luego el cantor entonó un poco más alto: ¡Mar.ikaal ¡Marikaa! ¡Mari}wa! Y continuó el baile como al principio, saltando y zapateando y terminaron con voces y silbidos. Un rato de tregua durante el cual bebieron un aguardiente que llaman egoritó. Y vuelta a la danza con más entusias– mo. El cantor entonó ¡Barikodee! ¡Barikodee! ¡Barikodee! en voz muy alta. Cuando se hallaban más enfervorizados en el canto, comenzaron a hacer inclinaciones profundas: se doblaban hasta cerca del suelo, se volvían -a levantar. Y siguieron en aquella- forma hasta que quedaron sudados y cansados ·sin poder respirar. «Sospechamos . que en aquellas inclinaciones habría quizás alguna- idolatría. En efecto, un indio, jefe muy jui– cioso, que sabía el español, nos informó que aquellas re– verencias eran una adoración al caimán, al tigre y a la cu– lebra, porque a esos animales les tienen un miedo cerval. Y la palabra Barikodé es un saludo y señal de rendimiento entre ellos. Les pregunté de quién habían aprendido, y contestaron que de los indios de la tribu de chiricoas, que son muy bravos y antropófagos. «Los indios --añade nuestro abnegado misionero- son muy bien parecidos, de color bronceado, de una estatura re– gular, robustos, bien formados, de miembros muy fornidos. El cabello lo tienen tendido y tan largo que les baja hasta la cintura, así los hombres como las mujeres. Son todos lam- . piños. Todos tienen un oído muy delicado y cantan con gran afinación de altos y bajos. Las indias tienen las voces más finas y más dulces, mil veces más que las mujeres de raza blanca• (l). La misión del P. Esteban y P. Hernani era, como resi– dencia principaL la que los antiguos Capuchinos llamaron San Antonio de Guachara. Allí debían fijar su residencia efectiva, cÓmo punto el más céntrico de la región a ellos señalada. Pero no había sino una docena de chozas de in– dios y alguna otra de forasteros, que llamaban criadores. (1) lbid. p. 25.

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