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El Padre Adoaín entre los salvajes 87" jeres iban ~e~nu~os, sin otra prend~ que_ el guayuco, es decir, lo mas md1spensable para la honestidad! . No tenían de radonales, más .que la forma humana. •Les hablé con el mayor· cariño, sin poder ocultar mi alegría al _ver a mis nuevos hijos espirituales. Les exhorté a que tuvieran plena confianza en los dos misioneros, que no llevábamos ·otro fin, al llegar hasta sus viviendas, sino instruirlos, civiliza rlos y hacerlos felices. •Ellos expresaban su asentimiento y aún daban mues– tras de· júbilo. Los que entendían el castellano, que eran los de más edad, servían de intérpretes y repetían a los demás lo que nosotros les decíamos. Los ancianos decían a los jóvenes en su idioma: Estos sen como aquellos Padres tan buenos que instruían a nuestros antepasados; éstos, los que nos gobernaban antes; los únicos que se interesaban por nuestro bien. Con semejantes declaraciones los jóvenes co– braron confianza; daban palmadas y g.ritcis de regocijo» (1). Los recién llegados tomaron una pobre refección y en– tregáronse al descanso al pie de un árbol. Y no habrían pasado dos horas cuando su sueño fué interrumpido por las voces de un grúpo de indios que se les acercaron, ex– presándoles el deseo de celebrar un baile en honor de los misioneros. El recelo habíase trocado en absoluta confianza. Los PP. Adoain y Hernani, miráronse mútuamente y después de un momento, resolvieron informarse acerca de la moralidad de sus bailes. Y sabiendo que e'ran danzas honestas y que podían asistir sin menoscabo del decoro sacerdotaL les prometieron que aceptarían la fiesta de ho– nor. Así lograrían inspirarles más confianza y atraerse el cariño de ,aquellas gentes rústi.cas. «¡Oh, qué alegría experimentaron cuando nos vieron presentes!» -escribe el Siervo de Dios- . Eligieron un can– tor. Este organizó el baile de la siguie.nte manera: formaron los hombres un círculo perfecto, echados ·los brazos el uno al hombro del otro, resultando una perfecta cadena. Las mujeres separadas de los hombres como tres o cuatro va– ras, se colocaron del mismo modo dentro del círculo de los hombres; . éstos se' cuidan bien de no tocar a las mujeres, pues sería el mayor insulto tocar a una mujer durante el baile. Ordenados así, el cantor entonó en voz bastante baja (1) Ibid.
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