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En la provincia del Apure 85 pue~ abundaban los caimanes, culebras gigantescas, bayos, carobes, tigres, etc. Toda vigilancia sería poca para escapar a su voracidad. Y no tenían ni un arma para defenderse de tales fieras. Los insectos esperábanles, para no dejarles descansar un solo moment~. No había médicos, ni farmacias, ni remedios manuales para casos de enfermedad o dolencia. . No llevaban equipaje ni provisiones de ningún género. En caso de hostilidad de los indios, no. había agentes de la autoridad pára defenderlos. Su situs.tción era muy seria, muy propia para inspirar graves temores y para hacer caer en el desaliento. Yn no había muchedumbres de fieles que elogiaban al misionero en la hora de la despedida; ya no' se oyen los vítores y aclamaciones y aplausos que borran de la imaginación los sufrimientos que esperan; ha cesado la poesía de lo lejano, de la aventuw incierta, de lo futuro. La realidad que palpaban era abrumadora. · Sin embargo el rostro del Padre Adoain no se contrajo ·en lo más mínimo; no se nubló su semblante por la más ligera sombra ·de tristeza. Un pensamiento le alentaba: «He :1quí nuestra heredad. El Señor nos la da. Manos a la obra. A trabajar.» No ·le causaba pavor el pensamiento ·de haber de ' mo– Tir en aquellos desiertos, sin que en el mundo civilizado se supiera nada de él. ni de su labor evangelizadora, ni de sus sufrimientos. De la selva, a la eternidad. No tenía otra esperanza; pero tampoco abrigaba otro anhelo. ¿Y si más tarde venían días de contradicciones, de persecución, de enfermedad, de abatimiento?.. ¡Ah, para eso llevaba su Crucifijo! Su Crucifijo que no abandonaba ni de día ni de noche. El más dulce compañero dé 'su vida. El más eficaz antídoto contra toda tristeza. El más preciado tesoro en su pobreza y miseria. El Crucifijo, que será verdadero manan– tial de prodigios... Si el Gobierno de Caracas les socorría con la mísera cantidad estipulada en Marsella, la aceptaría para prove– cho de los indios. Si rehusaba favorecerles, confiarían nues– tras misioneros en la Divina Providencia. · ¡Cuán excelente esprritu de renunciamiento! ¡Cuántos heroísmos ignorados por el mundo! ¡Cuántos martirios co– nocidos sólo por el Cielo!. ..

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