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84 El .Padre Esjeban cie Adaaín poterit habitare cum igne devorante, cum ardoribus sempi-– ternis? ¿Cómo sufrirás el fuego devorador eterno? En efecto, el 'aludido cayó muerto repentinamente, sin articular pala– bra y sin recibir auxilio espiritual alguno, aunque el Pá– rroco se hallaba a su lado. El terror del público no tuvo límites; pero fué un terror saludable, que provocó llantos, gritos de arrepentimiento, etcétera: Los hombres más impúdicos, que vivían enreda– dos en ·relaciones ilícitas con -diversas mujeres, los que co-– merciaban con la lujuria ocasionando la ruina moral de la mayor parte de la población, los que se habían separado de ·sus legítimas esposas para vivir sin freno, corr!eron a los pies de los misioneros llorando como Magdalenas arrepen– tidas. Para absolver a todos y legÚimar uniones, bendeci r matrimonios; dispensar. impedimentos, etc., hubieron de que– darse los dos misioneros en Achaguas hasta el día 9 de mayo, trabajando durante diez y seis horas diarias sin más tiempo de reposo que el necesario para rezar el oficio :l.i– vino y acostarse durante cuatro o cinco horas. El día 9 reanudaron la marcha hacia la región salvaje. Ya está nuestro insigne misionero en pleno país de in– dios errantes. Tenía a la sazón 34 años de edad. Emulo d~ su paisano San Francisco Javier, nó sentía otro anhelo que salvar las almas de aquellos pobres indígenas, sin cuidarse de la salud, del bienestar, ni del porvenir; sin añorar los días pasados tranquilamente en su querida Navarra, o en sus conventos; sin sentir inquietudes de carácter humano o terreno: sin que se humedecieran sus ojos al acordarse de su familia. La distancia que le separal:la de los pueblos civiliza– do8 y singularmente de la capital dé Venezuela, era enor– me, tenida en cuenta la total falta de medios de locomoción y comunicación. Se hallaban aislados en un mundo y en un ambiente distintos de los conocidos hasta entonces. No esperaban ni un consuelo humano, ni un solo momento de satisfacción de vanagloria o de amor propio. El clima era mortífero. No tenían ni un sólo amigo en aquellos desiertos. Ignoraban el carácter 8.e los indios, que como incultos e · ignorantes, quizá serían ingratos, si no hostiles. No existía un solo comercio en que poder proveerse ·de lo más necesario para la vida. Los peligros serían diarios,

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