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• En la provincia -del Apure 83 <iugos, que .castigaban golpeando brutalmente a todos los que les confesaban culpas graves. Con esta··burda calum– nia legraron sembrar el recelo y el temor en 'los ánimos de gentes sencillas. Per<:> no tardaron todos en comprobar que los hechos distaban mucho de los cuentos propalados. No se dió por vencido el enemigo. Uno de los indivi– duos más obstinados, aprovechando la enorme ·concurren– cia, nunca vista en aquella plaza, reclutó no poca gente para hacer un baile en su casa. Y una noche, inmediata– mente después del sermón,•comenzó la danza y la lujuria, con escándalo de todo el pueblo. El Siervo de Dios subió al día siguiente al púlpito de la plaza. Su acento era más vibrante que otros días. Re– firió un hecho ocurrido en Nápoles, que se lee en la vida del Beato Francisco de Jerónimo y que es perfectamente .auténtico: Una joven escandalosa, Uamada Catalina, res– taba oyentes al predicador. Este la inqepó desde el púlpito de la plaza. Invitó luego al público a que fuera a verla. Y la hallaron cadáver. Acababa de morir repentinamente. Referido minuciosamente tan trágico suceso, nuestro Padre Adoain levanto el Crucifijo en alto y exclamó: Aquí. en Achaguas, se verificará el mismo castigo con el más obs– tinado de los libertinos, si continúa poniendo obstáculos cil fruto de la predicación sagrada y a la acción de la divina gracia. · Semejante conminación causó emoción enorme. Los más significados enemigos de la misión, los más conocidos por su vida relajada, acudieron al predicador; pidiendo confe– sión y diciendo a gritos que querían salvarse y que detes– taban su mala vida. Sin embargo, el individuo aludido por el predicador, continuó su campaña satánica. Esparció la noticia de que los misioneros habían sido expulsados de Europa por indeseables y escandalosos, que eran perturba– dores de la tranquilidad pública, que todo cuanto decían era pura fábula, que predicaban una cosa y practicaban otra. No se ocultó a nuestro misionero la nueva maniobra, Y desde la cátedra sagrada, sin tratar de defender la fama ultrajada de los ministros de· Dios, clamó invocando los de– rechos y rigores de la Justicia Divina. Y finalmente sintién– dose revestido del celo del Apóstol Pedro ante Ananías y Safira, lanzó la sentencia de muerte: «¡Hoy descenderá so– bre tí la cólera Divina y no va a tardar!. .. » Y luego: ¿Quis

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