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80 El Padre Esteban de Adaain sidad de la penitencia. Habló el segundo día acerca de l.a confesión, único medio de ponerse en camino de salvación. El celo del misionero llegaba a la incandescencia; su voz como de trueno, oíase desde fuera del templo, por donde· se "extendía la inmensa muchedumbre, y sonaba a voz de· profeta sobre carroza de fuego. Temblaban las paredes del sagrado edificio; mas los oyentes no daban muestra de ex– perimentar efecto alguno saludable en su alma. Se retira– ban a sus casas con la indiferencia del que ha oído a un charlatán. Los comentarios se reducían a elogiar la voz so– nora del misionero, la actitud gallarda, la facilidad de pa– labra. Continuó sus sermones el Siervo de Dios tratando los asuntos más propios para despertar al pueblo . del le– targo de la indiferencia y de la obstinación. Invitábales a acud!r con confianza al Tribunal de la Penitencia, donde les esperaba la misericordia de Dios. Y.. nada. Diríase que predi<;aba en desierto. El día de Viernes Santo, se organizó uria procesión, según costumbre, llevando la imagen de Jesús Crucificado; acompañábala' muchísima gente, con antorchas encendidas. En la plaza pública había improvisado un púlpito. Subió a él nuestro misionero. Describió los tormentos de Jesucristo. Ponderó su amor a las almas. Conmovíase cada vez que nombraba al dulce Jesús Salvador nuestro. Lamentó la in– gratitud de los hombres, que no corresponden a tanto amor y a tanto sacrificio. Y exclamó con acento profético: «¿Cuán– tos habitantes de este pueblo se salvarán? Para salvarse no hay más que dos caminos: la inocencia o la penitencia. Si habéis salido del camino de .la inocencia, no os queda otro que el de la penitencia. ¿Y cuántos habéis acudido a ·lavaros en las aguas saludables de la PENITENCIA? Ape– nas llegan a veinte personas. Y no veo a los demás con propósito de hacerlo.. ¡Oh indiferencia digna de llorarse con lágrimas de sangre! Si no os rendís ante la miseri– cordia de Dios, os rendiréis ante su Justicia.» Y sintiéndose divinamente inspirado, exclamó después de un momento de· silencio imponente·: «¡Oídmel. .. ¡Dios ha de descargar su cólera. sobre este ingrato pueblo!. .." Aquella conminación gravísimo era una profecía a es– tilo de las del Beato Diego de Cádiz. El eco de su voz quedó. flotando sobre aquella villa más corrompida que Nínive, más ingrata que Jerusalén. Y subió hasta el cielo. Y. como
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