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Llegada a Venezuela 67 - de ]a ir:moralidad reinante en toda la República, es ate– rradora. Dijimos que la civilización había retrocedido va– rios siglos. Y dijimos poco. El Padre Adoain asegura que la pluma del escritor más inmoral se resistiría a escribir ¡ 0 que acontecía: y nadie creyera que aquello pudiera su-· ceder entre seres racionales. Y refiriéndose a Parapara, dice que los concubinatos, las infidelidades, la falta abso-· Juta de pudor en los jóvenes de ambos sexos, las violen– cias impúdicas, los raptos, la alcahuetería, las desnudeces de las mujeres, los vicios de todo ·género se hallaban a la orden del día. Entre los habitantes de Parapara los había de diversas razas: negros, gente de color y blancos o civi– lizados. Entre los negros y los de color se usaban unos bai– les llamados juan.binbí y guacharaca, que se celebraban con preferencia durante la noche y eran la más cruda ex- presión de la lujuria. · Los bailes de los civilizados eran de otro estilo, pero no más honestos, y se llamaban mezclados. Añádase a todo esto una ignorancia religiosa absoluta y un indife– rentismo desesperante. Como dato que lo comprueba, cita el Padre Adoain un hecho desconsolador. El día de la Asun– ción de la Virgen, no asistieron a la Santa Misa ni cin– cuenta personas. _Y este pueblo tenía cerca de siete mil habitantes. A pesar de todo, el Padre Adoain no pudo quejarse del recibimiento que le dispensaron. Ateniéndose los de Parapara a una costumbre rutinaria propia de todo aquel país, supieron cumplir a maravilla. El jefe político del pue– blo. con buen número de hombres de los más notables, sa– lieron a caballo sobre bestias vistosamente enjaezadas, a más de dos leguas de distancia al encuentro de nuestro mi– sionero; y al verle, prorrumpieron en vivas estentóreos, mientras saludaban agitando prendas de vestir. En las inmediaciones del pueblo esperaba una muchedumbre abigarrada de gentes de- ambos sexos, de todos co– lores, vestuarios y edades, que en cuanto divisaron · al Capuchino, dieron rienda suelta al regocijo y al entusias– mo, con vivas, redobles de cajas, salvas, cohetes; todo lo cual formaba un estruendo ensordecedor. Los ancianos, que habían conocido a los misioneros Capuchinos de. otros tiempos, no se cansaban de darle .al Padre Adoain mil parabienes. · Los jóvenes que nunca

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