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1 El Padre Adaain y la expedición de Misioneros 57 sagrado silencio de los misioneros, para no interrumpir la misteriosa corriente sobrenatural establecida entre la tierra y el cielo. Con una Salve solemne, los religiosos saludaron a la Virgen, que desde su altar presidía aquel nuevo Pen– tecostés. Al salir de aquel histórico templo, nuestro P. Adoain hubiera querido encontrar inmediatamente las almas de los indios, para decirles, como San Pedro al paralítico de Je-' rusalén: Levantaos y andad. Desde aquella cumbre sagra– da miraba hacia el mar. Con 'sus ojos ávidos quería atra– vesar el esp€Ició más allá del horizonte; hubiera querido volar hacia el país donde se hallaba el campo de sus es- 1)irituales conquistas. - El día 22 a !as nueve de la mañana, se cantó una Misa solemne en la iglesia del convento de · Capuchinos. Uno de los expedicionarios, el Padre Arcángel de Tarragona, dirigió la palabra a todos los misioneros y a Ia muchedum– bre que se apiñaba en el templo. No pudo terminar su dis– -curso. El público prorrumpió en llanto y en exclamaciones, y él rr¡ismo se sintió vivamente emocionado. El día 24 a !as cinco de la tarde, reunidos los expedi– cionarios en la iglesia, acompañados del Ilmo. Sr. Vicario General del Obispado, del Clero de la ciudad y de buen número de eclesiásticos españoles allí refugiados, se orga– nizaron en procesión, y precedidos del estandarte de la Divina Pastora, se dirigieron al puerto. Seguíales inmensa muchedumbre, que entonaba cánticos sagrados, y pasaban ~mtre grupos nutridísimos, que ocupaban la carrera, los bal– <:ones y ventanas. No es fácil describir el espectáculo. Allí se veían ricos y pobres, grandes y pequeños, no sólo ca– iólicos, sino de todas las creencias y de diversas naciona– lidades y todos mezclados y con-sentimientos "de profunda veneración y respeto. «Unos se encomendaban a las oraciones de aquellos obnegados operarios evangélicos. Otros, de rodillas, besa– ban reverentes sus manos y sus hábitos. Otros pedían pos– irados, la bendición. Y todos, aun los protestantes tnismos, deshacíanse en llanto al despedir a aquellos escogidos após– ioles. •Cuando los misioneros subieron al barco, éste se vió circundado de una multitud de lanchas, en las que iban cen- 1enares de personas, que deseaban dar el último adiós a

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