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50 El Padre Esteban de Adoain que habíamos de pasar los mares, todos y cada uno res– pondimos: "Ecce ego, mitte me ... ", sin detenernos a exa– minar si debía ser para aquí o para acullá ... Sin embargo de estar- apreciados en todas las provincias de Italia; des– pués de haber superado la mayor dificultad que uno en– cuentra• en el extranjero, que fué haber aprendido el idio– ma para poder ser útiles en la viña del Señor, a pesar de todas estas ventajas, todos dicen que están prontos para atravesar los mares, atravesar desiertos e ir donde Su San– tidad les mandara. Ante contestaciones tan conformes y tan lisonjeras, el Padre Alcaraz no pudo menos de mani– festarnos el secreto. Nos dijo, pues, que ya había llegado la hora de dejar la amable soledad del convento y tras– ladarse a los vasto~ desiertos de América; y que concluí– das las tareas cuaresmales, enviaría las Obediencias para que pasáramos a los puertos de Civitavecchia, Liorna y Gé– nova, y que para el 12 de mayo nos habíamos de hallar en la ciudad de Marsella, punto de reunión. Era indecible la alegría que todos sentimos, al considerar que el cielo nos eleg.ía para la reducción de los indio~ salvajes, para dilatar el reino de Jesucristo, para fundar nuevas iglesias y aumentar su rebaño» (l). Por lo que acabamos de transcribir se comprende que se trata de una empresa misionera de suma importancia. En efecto: deseando el Gobierno de Venezuela viva– mente la prosperidad social y moral del país y la civil~za­ ción de los indios errantes, resolvió encomendar la labor misionera a los Capuchinos españoles, y en defecto de .ellos a religiosos de otras ·Ordenes y aun a sacerdotes secular~s. Sobraba razón al Gobierno de Venezuela para preocu– parse de la suerte de su país. La República había sido du: rante largos años teatro de guerras y revoluciones, qué la hundieron en un caos de anarquía e inmoralidad. Recor– demos sucintamente los hechos (2). Al saberse en Caracas, en 1810, que casi toda España (1) Cuaderno I, pág. 2. (2) Pueden leerse ampliamente en la Historia del Mundo en la Edad Moderna publicada bajo la dirección de Eduardo !barra Rodríguez, tomo XXIII, pág. 904 y siguientes. Y en la Historia de América de José Coroleu, tomo IV, cap. XXXIX, pág. 5 y si– guiente. Y algo más sucintamente en la Historia Universal de Weis-Ruiz Amado, tomo XXIII, p. 354 y sig.

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