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El Padre Adoain y lo expedición de Misioneros 45 Iban ganosos de gloria, o empujados por la codicia, acom– pañados y defendidos por millares de soldados. Conquis– taban matando a sus semejantes. Nuestro misionero no– llevó más defensa que un crucifijo. Luchó prestando la vidrr a ]as almas, redimiendo a los esclavos. Y sus conquistas fueron más positivas, produjeron ganancias de vida eterna. Aquéllos iban bien atendidos y asistidos por sus oficiales y magnates. El Padre Adoain caminaba acompañado de– otro misionero o de algún indio. Aquéllos abundaban en recursos que arrancaban a sus vencidos a viva fuerza. Nuestro misionero, sin un céntimo, mendigando como si fuera un indocumentado; y sin esperanza de otro premio que el de la eternidad. Aquéllos hacían callar a sus ad– versarios desenvainando la espada. El Padre Adoain iba re– signado a sufrir persecución sin defensa de ningún género. No es hipérbole lo que dijo de él un príncipe de la Iglesia, el Cardenal Vives: «El Padre Esteban, egregio en obras y virtudes, es nuestro más célebre misionero de los. tiempos presentes» (1). Y a lci verdad: colocado al lado de los que son con– siderados como primeros campeones en la lucha por el triunfo del Evangelio, no palidece la importante figura de este Siervo de Dios. Muy contadas fueron las horas que descansó desde– que se trasladó a las misiones de América, es decir, desde– sus 33 años, hasta sus 72 en que murió. Hizo largas y fe– cundas campañas en seis naciones. Ocho veces atravesó el Océano. Anduvo más de quince mil leguas, sin otro equipaje que el crucifijo, el breviario y el estandarte de la Divina Pastora. Cuéntanse por millares las almas que convirtió cada año, sacándolas del abismo del vicio. Sufrió destierro de diversos territorios. Fué encarcelado y ame-– nazado con la última pena. Fué presa de enfermedades graves, contraídas por el rudo trabajar en climas ingratos_. Corrió peligros por tierra y por mar. Llovieron sobre él calumnias inventadas por la impiedad.. Mas, en medio de tan violentas tempestades y tan frecuentes combates, el espíritu del Siervo de Dios se mantenía sereno, como el de un San Pablo; y lejos de abandonar su sagrado minis– terio, persev~ró en él hasta su muerte, sin apetecer des- (1) Cronicón de los Capuchinos de Centro-América, pág. 229.

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