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4 -~9~8------~E~/~P:...adre Esteban de Ad,-"o'-=a"'inc________ de una úlcera cancerosa, tan grave, que la doliente no po– dría vivir más de dos meses. En trance tan apurado una hija de la enferma acudió en demanda de un auxilio sobrenatural. interponiendo la intercesión del Siervo de Dios, Padre Adoain, y prometiendo 200 ptas. para la Causa de Beatificación. Hizo sus oraciones y súplicas durante varios días con tal confianza y fe, que tenía como segura la curación de su madre. Así lo declara ella misma. No tardó en sentirse la paciente aliviada con sensible y franca mejoría, en tal grado, que creyendo en una verdadera curación, se hizo examinar por el Dr. Urru– tia de San Sebastián, el cual no halló úlcera alguria en el estómago, Para mayor seguridad se presentó al Dr. Soria, y después al Dr. Labayen, ambos rle Pamplona. Uno y otro confirmaron la apreciación del Dr. _Urrutia, declarando que no existe la menor señal de úlcera. La familia tiene la fir– me creencia de que se trata de una curación prodigiosa. Han pasado ocho años (declara la enferma en 1943), y aun– que es de complexión delicada y se hctlla débil. no sufre vómitos ni dolores. He aquí un caso ocurrido en z;xragoza. El día ocho de Noviembre de 1939 cayó gravemente enferma una joven de 16 años, llamada Carmen Robles Díaz, domiciliada en la Avenida del Siglo XX, Barrio de Torrero. El día 11 se me presentó un hermanito suyo diciendo que la enferma ·quería confesarse y que le administrasen el Santo Viático, para lo cual el médico que le asistía, había dado su conformidad. Tomé el crucifijo que había pertenecido al Venerable Padre Adoain y que usó aquel Siervo de Dios durante cuarenta años de apostolado. No bien subí al piso de la enferma, su madre me salió al encuentro y con la zozobra y congoja pintada en el rostro, me manifestó el dictamen del médico: La joven sufre una pulmonía ~ doble temiéndose un desen– lace fatal a causa de la extrema debilidad en que ha sido sorprendida por la enfermedad.•Esta naturaleza tiene po– cas reservas• exclamaba el médico con inquietud. En efec– to, la joven tenía temperatura elevadísima; el rostro encen– dido; los labios muy secos; los ojos apagados; tos fuerte con dolores en los costados; respiración difícil y rápida; hablaba con dificultad, diciendo algunas incoherencias. Terminada la confesión y rezada la penitencia con mi ayu– da, le mostré el Crucifijo del Siervo de Dios. Le hice una

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