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_4_:_9_6______ _:Ec_i_P-=odre Esteban de Ado o in hral. El enfermito, é:uyo nombre no recordaba el declarante, llevaba durante el día un aparato ortopédico, un corsé sil• el cual no debía moverse o levantarse del lecho. No podía caminar por sí solo. Le acomodaban en un cochecito dé mano; y en él lo paseaban por la habitación y con frecuen– cia fuera de casa, siendo muy dei agrado del paciente 'ir a la iglesia del convento a visitar el altar de la Divina Pastora. Al ser colocado en el vehículo y al levantarlo, lloraba quejándose de dolor. Por consejo del Padre Pastor, los padres del niño acu– dieron a la intercesión del venerable Siervo ae Dios. Redu– jeron a polvo un pedacito de hueso de los que habían sido extraídos del sepulcro del egregio apóstol pocos meses an– tes por el Padre Castro, según se dijo en el capítulo ante– rior, y lo mezclaron con un poquito de agua en un vaso. Hicieron oración, implorando la protección y valimiento del Padre Esteban, repitiéndola dos días más. El tercer día dieron a beber al enfermito el agua con el polvo de la reliquia. Al día siguiente el nii:j.o, muy de madrugada, se incorpóró en el lecho, pidió permiso para levantarse y una vez vestido, echó a·andar por la habitación, sin experimentar molestia alguna. Prodigio que, como se deja entender, llenó de regocijo a toda la familia. El niño no volvió a usar el aparato; ni experimentó desviación, desde aquel día, en la columna vertebral. Después de tan prodigioso suceso, no fué practicada diligencia alguna en orden a la Causa de Beatificación. Otro hecho notable testificó con juramento el Padre Santiago de Guatemala ante el. Tribunal de Pamplona: . Soy testigo, declaró el mencionado Padre, de una curación extraordinaria acaecida en la ciudad de Bayona en el año 1912, por intercesión del venerable Padre Esteban de Adoain. En la calle de la Catedral, no recuerdo ahora el número de la casa, vivía un joven enfermo de tuberculosis. Según me ma– nifestó su madre, no tenía remedio, ya que el médico lo había comunicado así a la familia. Fuí llamado para con– fesarlo. Al verlo tan grave, le dí una carta del Padre Este– han, que yo conservaba como reliquia y recuerdo suyo, Se la puse en la almohada y le persuadí a que se enco– mendase muy de veras y con gran fe al Siervo de Dios, explicándole la fama de santidad del mismo y los prodigios que había operado durante su larga vida de apostolado.
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