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480 El Padre Esteban de Adoain dicase la Novena de la Divina Pastora en Sevilla. Un ruego del Rvmo. Padre Comisario era un mandato. No podía des- . conocer el Padre Llerena que un sermón más era un golpe de muerte para el anciano apóstol. No podía menos de recordar el incidente y grave enfermedad sufridos en Fuen– tes por nuestro misionero. Era muy reciente la carta del Padre Esteban escrita én Lucena y en la que decía dirigién: dose al mismo Comisario: · Desde que padecí la enfermedad, se me han quedado los piés hasta la rodilla hinchados. Desde Agosto (de 1879) los llevo vendados por consejo de los médicos. Me he visto en la necesidad de llevar medias y también zapatos. Por lo tanto suplico a vuestra Reveren– dísima con todo mi corazón me releve de los cargos que me impuso; porque un Prelado debe ser modelo; y yo no puedo serlo andando calzado». (l). Todo esto sabía el Padre Llerena. Pero impuso al Padre Esteban el mandato de pre– dicar, a petición de algunos cabailercis de Sevilla, a cuya generosidad estaba muy obligado el propio Padre Llerena . El Siervo de Dios bajó resignadamente la cabeza, ofreciendo el cuello al dogal de la obediencia. Carcomido por la fiebre que no le abandonaba, con paso .:vacilante, se trasladó a Sevilla y predicó la Novena. El pobre Padre Esteban era una luz que se apagaba. Su cuerpo era un edificio que se desplomaba. Sus sermones habían de ser por necesidad des– aliñados y flojos. Sin embargo el fruto espiritual fué ex– traordinario. Los Padres Saturnino de Artajona y Leonardo de Destriana, que fueron enviados a Sevilla para ayudar al Padre Esteban en la labor de confesonario, oyéronle el sermón del penúltimo día del Novenario; y comprobaron, en efecto, que el Padre no era ni sombra de lo que fué. Mas llegada la hora de las confesiones, observaron con asombro que todos los fieles expresaban el deseo de ha cer confesión general. «Pero ¿qué le ha movido - a V. a esta determinación? • preguntaban los Padres. Y todos contesta– ban lo mismo: · El sermón del Pa dre Esteban». y estuvie– ron oyendo confesiones g enerales varias hora s después del sermón y también al día siguiente desde las cinco de la mañana. Ambos confesores, auxiliares del Padre Esteban, referían muchas veces este raro suceso y ambos lo consig– naron por escrito. (1) Carta al Rvmo. Padre Llerena, Lucena 23 de Febrero de 1880. Archivo del Vicepostulador, carpeta VI, serie C, pliego 26. Copia del original hallado en el Archivo del Padre Llevaneras.

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