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El ocaso 479 una seña hízole comprender que convenía guardar la vian– da_ Y en efecto llegados a Sanlúcar, le informaron de que se hallaba enfermo uno de los religiosos, el cual aprovechó <1 marav.illa el exquisito condumio, dando gracias al buen Padre Esteban. Para el público de Sanlúcar el Padre Esteban era el Padre por antonomasia o el Capuchino santo. De ambas maneras era designado cuando de él se hablaba. Testigos presenciales nos refirieron que siempre que este egregio misionero transitaba por la calle, era objeto de especiales muestras de afecto y reverencia. Los hombres que se hallaban sentados junto a las me– sillas de los C<¡rsinos, se levantaban al verlo y le saludaban, lo que no hacían al pasar otros Capuchinos o Sacerd0tes seculares. Era preferentemente llamado por los enfermos que ne– ·cesitaban asistencia espiritual. Y es público y notorio que el buen Padre visitaba con predilección el barrio habitado por obreros y gente pobre. Confesemos que en las llamadas había algo de egoismo; porque era conocido por toda la dudad un suceso prodigioso, que muchos a'ños más tarde -oímos referir, en Sanlúcar mismo, a varios testigos de vista. Una mujer gravemente enferma pidió confesarse con el ·Padre Esteban, convencida, según afirmaba, de que si este santo Capuchino la bendecía, seguramente se vería ella li– bre de su enfermedad_ Avisaron al Siervo de Dios. Acudió -este con presteza, la oyó en confesión, le dió su bendición y la enferma quedó instantáneamente curada. Corrían también por el pueblo y referíanse otros suce– sos, que aunque de menor importancia, eran considerados -como prodigiosos. · El Sr. Conde de Aldama sufrió, durante muchos días, "fuertes dolores de cabeza. Hablando con nuestro misionero, 1e expresó el mal de que era víctima, dejando entrever la -convicción de que no se curaría. El Padre Esteban tomó el ·sombrero del Sr. Conde, lo tuvo un rato en las manos, lo bendijo y le mandó ponérselo. Desde aquel momento se vió 1ibre del dolor y no volvió a sentirlo. Referimos este caso ial como lo oímos de labios de un testigo presencial, que -era el Padre Santiago de Guatemula. En el mes de Mayo de 1880, el Rvmo. P. José de Llerena -Eiscribió a nuestro egregio misionero suplicándole que pre-

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