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478 El Podre Esteban de Adooin bierto sus sentimientos y confesóle humildemente el des– <Ilienio de que era víctima. Muy pocas veces dejaba de corregir las transgresiones de la santa Regla y Constituciones. Pero si la falta no era del dominio público en el convento, hacía la reprensión en secreto, para que no sufriese menoscabo la fama del cul– pable. Salió cierto día el Hermano Fray León de Lanaja, a pedir limosna a la ciudad, después de cantadas las víspe– ras y rezado el santo Rosario. En casa de D. Andrés fué invito:do caritativamente a tomar café. El buen Hermano se excusó alegando que el tomar algo era contra las Constitu– ciones y contra el mandato del Padre Esteban. Tanto Don Andrés como su esposa doña Concepción Rodiño insistieron, replicando que aquella casa era como una dependencia y prolongación del convento y que Don Andrés mandaba so– bre el Pa dre Esteba n. Dejóse convencer el Hermano por a quellas razones, que ante el aroma del café le parecieron s in réplica. Y saboreó un café de primera marca. Al poco rato el sencillo lego subía jadeante la larga escalinata que da acceso al convento, pensando: • ¡Qué bueno es DonAn– drés!. .. ¿Y Doña Concepción?... Añibos son la providencia del convento.. . » Pero apenas el Hermano llegó a la puerta de la clau– s ura, encontróse con el venerable Padre Esteban, que salía a su encuentro y le dijo sonriéndose: • ¡Qué bueno estaba el café!. ..• Al pobre Hermano le salieron los colores en el rostro; el .café se le convirtió en estrignina, confesó su culpa y se fué inmediatamente a buscar algún fraile a quien pu– diese confiar su disgusto, exclamando: .¡Esta visto que este Padre Esteban le lee a cualquiera la conciencia!. ..• Viajaba un día nuestro misionero en compañía del Hermano Antonio de Antequera en dirección a Sanlúcar. La familia del Hermano habíales preparado buena comida para el camino. No faltaba nada, ni siquiera carne de ave esmeradamente condimentada. Cuando el Hermano exhibió al Padre Esteban las provisiones invitándole a comer, éste tomó algo, pero no tocó la carne. Como aquel insistiera, el buen Padre contestó: . Guardemos el pollo para llevar a l convento, que le vendrá bien a algún fraile enfermo•. • ¡Padre! -repuso el Hermano- en el convento de Sanlú– car no hay ningún enfermo•. El Padre no replicó; pero con

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