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------------~/11~is~i~o~n~e~ro~y_V~ic~e~-~C~o~m~i~so~ri~o ______________:455 Casa Capitular con extraordinario fervor y elocuencia, re· cordando al pueblo, que en aquel mismo sitio y ante la mis– ma imagen había predicado el insigne misionero Fray Diego de Cádiz en 1801» (1). En efecto, al verse nuestro Padre Esteban ante tantísi– mas personas que nada habían hecho aún por correspon– der al llamamiento de la Divina Gracia, dió rienda suelta a los más fervorosos sentimientos de unción evangélica; vertió allí toda su alma de apóstoL Después de comparar la dis– posición de ánimo de sus oyentes con la de sus antepasados que oyeron al apóstol de Cádiz, haciendo notar el contraste que ofrecía la indiferencia actual con el fervor religioso de antaño, les dirigió un apóstrofe de las más cálidas que brotaron de sus l(tbios. Pidió a la Virgen del Rosario, que despertase en las almas de sus hijos de Lora del Río el mismo fervor de sus antepasados. Y dirigiéndose a Cristo Crucificado prodújose en frases como éstas: «¡Señor, dulce Redentor de las almas! ¿qué te podía importar a Tí que to– das éstas se perdieran y se condenaran para siempre? Tú nada perderías con ello. ¿Qué ganarías con que ellas se salvaran? Y sin embargo diste la vida por salvarlas. ¡Al– mas queridísimas! decidme por favor: ¿Qué mal os ha hecho vuestro Dios y vuestro , Redentor? ¡Por qué tenéis para El un corazón tan duro? Sabéis que le debeis la vida, y sin embargo le ultrajais, le despreciais. Pues bien, yo os diré como dijo Pilatos a las turbas: «Tomadlo, cruciticadlo; en– sañaos en Eh . Refinad con el pecado vuestra crueldad con– tra vuestro querido Padre.. ¡Señor, este pueblo no se arre– piente, no se convierte. Hay pecados y no hay lágrimas. ¿Qué harás con él? ¿Enviarás fuego del cielo como a So– doma? ¡No! ¡Señor y Dios mío!. ¡Perdón! ¡Perdón.. pueblo, pueblo de mi alma!.. ¿Será necesario que yo muera hoy para merecer tu conversión? Pua¡¡ ahora mismo hago el sacrificio de mi vida ... » Al oír estas y otras semejantes frases pronunciadas ya con voz entrecortada por la emoción, aquella muchedum– bre prorrumpió en llanto. Los sollozos eran tan generales y fuertes. que no se oía la voz del misionero. El citado cronista del Boletín dice: «Muchos pedían (1) Tomo XXVI, p . 143-45.

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