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454 El Padre Esteban de Adaain sión con gran concurrencia que de día en día iba aumen– tando. El anhelo de oír al misionero era pura curiosidad. no devoción. A pesar del celo que desplegaban ambos predicadores, a pesar de haber visto el conmovedor ejemplo· de un millar de niños que comulgaron con edificante reco-· gimiente y después de renovar la promesa del Bautismo recorrieron las calles en procesión amenísima y entusiasta, los adultos no se daban por aludid.os . Invitados una y otra vez a los Sacramentos de confesión y comunión, mantenían-· se fríos come el hielo; los confesonarios continuaban de– siertos, como si fueran muebles de adorno. El Clero no ocultaba su pesimismo y ya hablaba del fracaso de la mi– sión. El párroco, desalentado ya, exclamaba: Curavimus Babilonem el non est sonata, derelinquamos eam. Mas, por dicha, la misión estaba en manos de un co– loso de la predicación sagrada, que en cuarenta años de ejercicio no había experimentado un fracaso. El Padre Es– teban estaba dispuesto a realizar cualquier esfuerzo por heróico que fuera, para cooperar al triunfo de la divina gracia. El único que no desconfiaba era él. A la penitencia y a la oración añadió los recursos más patéticos de su elo– cuencia. Un día cayó de rodillas en el púlpito con el Cruci– fijo en las manos. Y abrazándolo o ya extendiéndolo hacia los oyentes que eran unos cuatro mil, dialogaba con el Di– vino Crucificado, lloraba, oyéndose sus sollozos por todo el templo. La muchedumbre quedó emocionada, no pocos sollozaban con el predicador. Y ya aquella misma noche comenzaron a pedir confesión. El día dos de Febrero tuvo lugar la comunión general. Fué numerosa; pero no dejó satisfechos ni a los misioneros ni al Clero de la Parroquia. Nuestro Padre Esteban no se resignaba a ausentarse de Lora del Río con un fruto tan mediocre. Dispuso que aquel mismo día, a la tarde, se or– ganizase una procesión llevando la imagen de la Virgen del Rosario, que allí es venerada como prodigiosa. Cinco mil personas se echaron a la calle para acompañarla, vién– dose no pocas antorchas encendidas. Precedía el estan– darte de la Divina Pastora, &in el cual el Padre Esteban no acertaba a hacer nada. A la orden del misionero, aquel torrente impetuoso de gente afluyó a la plaza. El cronista: del Boletín Eclesiástico de Sevilla dice: ·Reunida la gente en la plaza, el Padre Esteban predicó desde el balcón de la

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