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Misionero y Vice-Comisario 453 ron testimonio del resurgimiento moral que se operó en ·aquel país de la Provincia de Huelva. En Marchena, a donde fué con el P. Saturnino de Arta– jona, la concurrencia aumentaba cada día, en tales propor– -ciones, que el templo de S. Sebastián resultó insuficiente, ·advirtiéndose que la mayoría eran hombres. El dos de Enero terminó en Marchena; y el tres prin– cipió en Lebrija. En Paradas donde comenzó el trece, se ·desbordó el entusiasmo, desde el primer día. La presencia de la imagen de la Divina Pastora que recorrió todas las ·calles, cautivó y emocionó al pueblo. En aquella ciudad presentáronsele tres muchachos, ma– ·nifestándole su vivo deseo de ser Capuchinos. El misione– ro recibióles con sumn: afabilidad. Pero mirándoles el ros– tro, dijo dirigiéndose a uno de ellos: .Tú perseverarás; estos . <los aunque lleguen a tomar el Hábito, no perseverarán... • En efecto los tres ingresaron en el noviciado de Sanlúcar. A los pocos meses despidiéronse del convento los dos de 'C!uienes anunció el Padre Esteban que abandonarían la Qrden. El otro perseveró. En el año 1924, fecha en que tuvimos la suerte de conocerlo en Sanlúcar, era un ancianito muy edificante y sumamente simpático, llamado Fray Rafael de Paradas. · El día veintidós terminó en Paradas y el veintitrés en– traba en Lora 'del Río, donde su presencia causó extraordi– naria expectación. Aquella parroquia pertenecía a la Or– den Militar de Malta desde que el Rey Fernando el Santo se la cedió, al tomarla a los sarracenos en 1243. El clero oencargado de atenderla espiritualmente dejaba mucho que <lesear en punto a celo y abnegación. Poco antes de llegar el Padre Esteban, el Párroco, siguiendo el lamentable ejem– plo de algunos predecesores suyos, dió un grave escándalo. Agrégase a ello la intensa propaganda revolucionaria, que oen la villa se había hecho y las doctrinas impías que aún se sembraban, según afirma el mismo P. Esteban en carta a su hermano. El Arzobispo de Sevilla comprendió que de– bí(!( proceder con energía. Vindicó para su mitra la juris– dicción de aquella parroquia y logró retirar al Párroco, sus– tituyéndolo con un sacerdote digno, que con vivo deseo de r eformar la parroquia, llamó al Siervo de Dios. Presentóse éste con el Padre Artajona. Comenzó la mi-

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