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438 El Padre Esteban de Adoain Divina Pastora, comenzó paseando por las calles un bellí– simo grupo escultórico muy propio para interesar el sen– timiento y la imaginación de los andaluces. Sobre amplia peana llevada por ocho hombres emergía la imagen de la Virgen vestida de zagala muy graciosamente entre riscos y praderas adornadas de flores y arbustos, en medio de los cuales veíanse numerosas ovejitas; algunas de ellas mira– ban atentamente a su Pastorcilla, otras pacían tranquila– mente fíadas en la solicitud de su Celestial Protectora. Durante dos horas contemplaron los habitantes de An. tequera tan atrayente alegoría. A las cuatro de la tarde del día cinco salió del convento de los Capuchinos y a las seis entraba en la iglesia de San Sebastián en que comen– zaba la misión. El resultado fué el que esperaba el Padra Esteban. El público se vertió, como un torrente que se des– borda, a las calles y plazas por donde pasaba la bella ima– gen. Y cuando los misioneros y el grupo llegaron a la iglesia, se hallaba repleta de gente, quedando la inmensa mayoría sin poder entrar. ' Se dispuso que el misionero hablase en la plaza, pero comenzó a llover copiosamente, lo que consideraron todos como un favor grande del cielo, ya que los campos se agos– taban por falta de agua. Al aparecer el Padre Esteban en el púlpito cesó el mur– mullo producido por la impaciencia de los que no podían acomodarse. Entonado el Santo Dios, Santo Fuerte por el Siervo de Dios, una corriente de emoción pasó por todo el auditorio. Aquella voz potente, sonora, robusta, parecía hacer vibrar los sillares del edificio. El sermón terminó con un acto de contrición de tal fuerza patética, que no era posible conte– ner las lágrimas. Quedó tan complacido el público, que al día siguiente a las dos de la tarde ya se veían numerosos grupos ocu· pando sus puestos en la iglesia, aunque se sabía que el acto de la misión, no comenzaría hasta las siete. Para la media tarde ya solían estar diariamente repletas las tres naves, las capillas, el coro, las galerías o tribunas, reba– sando la gente las calles inmediatas. ¡Qué contraste ofre· cía la ciudad con relación a lo ocurrido tres años antes cuando se oían por aquellas calles los gritos de ¡Viva Gd·

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