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Continúa su apostolado en Navarra 427 no había protestas ni competidores. A veces veíanse tres o más cuchillos. clavados en tierra. El momento era crítico, peligrosísimo, y se producían colisiones sangrientas hasta que se decidía por votos, quién había de ser el baratero. Esta costumbre existía aun por los años 1890, no solo en la Ribera sino. en la zona central de Navarra. Fuimos tes– tigos de vista. Durante la noche oíanse gritos angustiosos de ¡auxilio! ¡auxilio! El no oírse tales gritos, no era mejor señal. Al des– puntar el alba, veíase un moribundo o un cadáver en alguna calle extraviada o en las afueras. El hecho de talar las vi– ñas, robar aves, derribar árboles, no tenía importancia. Si los mozos se enteraban, por referencia de las muchachas, de que el Cura se había salido del Evangelio en el sermón y había predicado contra el l::.aile, lo menos que sucedía era una furiosa pedrea a media noche contra las ventanas de la casa parroquial, quedando los cristales hechos añicos. Hemos conocido Párrocos que consignaban en el presu– puesto de sus gastos una cantidad para reparación de cris– tales, ya que no tenían intención de concretar su sermón al Evangelio del día. Las autoridades y los padres de familia se encogían de hombros, o bien defendían a los mozos, di– ciendo: . ¡Si nosotros éramos peores!. .. » Y con sonrisa iró– nica decían a sus hijos o a sus sobrinos: «Estais en edad de divertiros.. . > Mas si alguien tomaba en serio las protestas del Cura y se aventuraba a meterse en el asunto, una buena mañana veía su viña talada o sus frutales por el suelo. La guerra civil había terminado. Pero los rencores y la sed de venganzas eran causa de otra guerra menos es– truendosa, pero no menos funesta . Todos llevaban en el cinto un cuchillo o una pistola muy visibles; el no llevarla era señal de no estar dispuesto a jugarse la vida con cual– quiera, lo cual era reputado por una cobardía degradante. Y habiendo triunfaao el partido liberal, las autoridades de– bían ser tolerantes por sistema. Las agresjones a traición o por reto descarado estaban a la orden del día. Casi todos los lunes eran detenidos por la Guardia Civil doce o quince hombres y conducidos, muy bien atados, carretera adelante, a la cárcel del Partido Judicial. Los que cuentan más de medio siglo de edad, recuerdan bien cuánto dieron en qué entender a la Guardia Civil un grupo de foragidos de la villa de Ujué que tenían aterrada
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