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El Padre Adaain en Navarra 423 !ación del Padre Esteban, cada cual volvió a ocupar su puesto en la procesión. (!) --¿Hay algún herido?-interrogó el misionero. -Parece que no; -contestaron los Curas. Levantó su crucifijo, clavó en el cielo sus ojos, que reverberaban como dos estrellas. Santa indignación se apo– deró de su espíritu y habló como los Profetas cuando ame– nazaban con la furia de los elementos. -«¿Piedras qu.eréis? ¡Piedras tendreis!. .» -exclamó con énfasis. Inmediatamente entonó la letrilla Perdón oh Dios mío. Los fieles, recobrada la serenidad, siguieron al Siervo de Dios hasta la casa de Fray Felipe, desde cuyo portal les bendijo con el Crucifijo. La misión se deslizó normalmente desde aquel día. Confesic;1es generales, millares de comu– niones, lágrimas, reconciliaciones, restituciones.. Y el día de la despedida, que fué el veintiseis, procesión solemne con el Santísimo, asistiendo el señor Obispo; propósitos formulados en alta voz, vivas, ósculos reverentes a las ma– nos del misionero, a su santo Hábito, a su Crucifijo. Desaparecido el misionero, una inquietud quedó en los ánimos de todos. - ¡Piedras tendreis!. ¿Qué quiso significar con esto aquel hombre de Dios? -se repetía pensativamente en Lumbier y en los pueblos vecinos. -¿No dijo el santo misionero, que los ultrajes públicos a la Religión y a sus ministros con la tolerancia de las autoridades, suelen ser castigados por Dios con penitencias públicas? ¿No dijo que un pecado de David fué causa de un castigo enviado pm el Cielo a toda la nación? Pasaron algunos meses. Los campos de Lurnbier estaban exuberantes de mieses que semejaban una alfombra de oro. Los racimos de las viñas hacían recordar la abundancia de l0. Tierra de Promisión. En las huertas, el agua corría corno mensajera de esperanzas, serpenteando entre las hor– talizas, y acariciando el pie de los árboles frutales que dan fama a Lurnbier. El cielo estaba sereno. Pero a mediodía (1) Varios testigos de vista nos refirieron el suceso con todos sus detalles en el lugar mismo en que se desarrolló. Nos dieron los nombres de los agresores; los callamos por creer que lo exige la más elemental discreción.

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