BCCAP000000000000130ELEC

Los Capuchinos expulsados por la revolución 395 El lector hará los comentarios. Serán los mismos que hizo el público. El Padre Esteban había predicado en Guatemala y El Salvador ciento diez misiones durando muchas de ellas un mes y hasta dos meses, asistiendo a cada uha los habi– tantes de diversos pueblos. Recorrió el país en todas direc– ciones bajo un sol abrasador o bajo lluvias torrenciales. Fundó diez mil novecientos dieciocho hogares cristianos. Distribuyó solo en Guatemala trescientas cincuenta mil co– muniones. Estableció en más de cien parroquias la asocia– ción de la Divina Pastora y de Hijas de María. Erigió más de un centenar de grandes cruces en los campos. Reconcilió muchos pueblos enemistados y conjuró varios motirres y revoluciones. Sufrió enfermedades con extraordinaria pa– ciencia por servir al pueblo. Asistió varias veces a los apes– tados, pidiendo limosna para ellos. Todo esto sin pedir un céntimo al Estado ni a nadie. El incansable apóstol podía preguntar a los ministros de la República, como Jesucristo a los fariseos: •¿Por cuál de estos favores me perseguís?• Hemos dejado en el estado de El Salvador una comu– nidad de Capuchinos en un convento fundado por el Padre Esteban. Habiendo sobrevenido la revolución ta mbién allí por obra y gracia de una sublevación militar, como sabe el lector ¿qué suerte corrieron Jos frailes? . El Presidente de la república Santiago González, pro– metió a los Capuchinos que no serían molestados. Pero co– mo era público y notorio que González se movía según el ritmo señalado por el funesto Ruíino Barrios y por García Granados, nadie daba crédito a sus palabras. Buen número de indios custodiaban el convento todas las noches, ma– chete en mano, para evitar que los religiosos fuesen expul– sados por sorpresa. Aunque el Padre Guardián les suplicó que se retirasen, nunca pudo conseguirlo. La noche del 21 al 22 de Julio (1872) es decir, un mes y días después de la expulsión de los de Guatemala, los indios no aparecieron, ya por causa de una lluvia torren· cial que se desencadenó, ya porque el Presidente visitó a los Padres reiterándoles seriamente su promesa. Pues bien, aquella misma noche, a las dos de la ma– drugada, cuando nada sospechaba el público por haberse oído un rato antes la campanita señal de maitines y Tedeum,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz