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Los Capuchinos expulsados por la revolución 393 a tranquilizarse. No se fíaban del coronel. ni se fíaban de los ministros, de cuya insinceridad tenían tantas pruebas. Singularmente los frailes jóvenes exteriorizaban su tristeza y su recelo, con los máa lúgubres presentimientos. Salíales al paso el buen Padre Esteban diciéndoles: <¡Valor y confianza! Hasta ahora, la Santísima Virgen, celestial Pastora de nuestras almas, nos ha librado de todos los peligros. Pongamos nuestra confianza en el Señor. Quien a Dios tiene, nada teme... » (l) Día dieciocho. Un grito de júbilo. Un navío nortea– mericano se ve en alta mar.. «¡Viene hacia el puerto! .. • En efecto, a la hora de medio día apareció el vapor Sacramento, de California. El Padre Esteban escribe las impresiones que experi– mentaron: .¡Oh qué mudanza en los ánimos! Los prisione– ros se miran unos a otros con semblante risueño. Los cau– tivos que se hallaban en Argel y Túnez en otro tiempo no manifestaban más contento cuando veían entrar en aque– llas mazmorras a los hijos de Nolasco, que los Capuchinos en esta ocasión. Mientras los demás iban a la lancha, fuí a hablar con el coronel y darle las gracias. El vapor, me dijo este, va a California, el Gobierno tiene pagado el pa– saje. Estas fueron sus últimas palabras». (Id.) Al llegar aquí, el Padre Esteban copia un comunicado que. les fué remitido por el Vicecónsul español de la capital de Guatemala, en que aseguraba la verdad, a saber, que el pasaje en el barco Norteamericano se pagaba con el producto de una suscripción abierta por unas familias es– pañolas de la mismo capital. Dicho comunicado terminaba advirtiendo que Don Antonio Silocofer estaba encargado de acompañar a los Capuchinos hasta San Francisco de California. En efecto, dicho señor dispuso que todos los religiosos viajaran en primera clase, y al lleqar a San Francisco, él mismo satisfizo tres mil cuatrocientos pesos. Mientras se efectuaba el embarque de los desterrados, la tropa estuvo formada en el muelle con las armas en la Illano; actitud que fué desaprobada con indignación por el capitán del barco y por todos los pasajeros, que eran nu– merosos, los cuales, aunque de diversas creencias religio- (1) Cuaderno III, pág. 197.

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