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392 El Padre Esteban de Adoain trarrevolución a fondo, deseada por el pueblo de Guate– mala. El Ayuntamiento y algunos caballe,ros de la villa, ro. garon al coronel que se detuvier::m allí hasta que llegase a Champerico el navío que esperaban, ya que en el puer. to no había locales para alojarse: Pero el coronel y demás jefes, temiendo un alzamiento, se negaron en absoluto a permanecer en Retalhúleu. Al día siguiente a las siete de la mañana salieron en dirección <:!l puerto, seguidos de toda la población, que les acompañó largo trecho, clamando a voz en cuello que Guatemala sufría la mayor de las des– gracias al perder misioneros tan santos, que eso lo permitía el Señor para castigo de los pecados del pueblo, Al dete– nerse aquella muchedumbre para regresar a sus hogares, oyéronse aún largo rato sus lamentos y sus voces de des– pedida. De Retalhúleu al puerto hay unas once o doce leguas. El sol abrasaba sin compasión, los caminos eran pésimos. Los soldados, rendidos, acosados por la sed y la fatiga, quedaban rezagados, se tiraban por el suelo y exclamaban: «¡Adios Padres! No puedo caminar... Sufrimos el castigo del Cielo. La excomunión pesa sobre nosotros». Algunos llegaron al puerto a las seis de la tarde. Otros no apare· cieron hasta muy entrada la noche. Los religiosos fueron obligados a tomar alojamiento en un almacén descubierto sumame·nte sucio, repleto de calderas, barrotes y otros ob– jetos de ferretería vieja. A media noche sobrevino una fuer– te tempestad, cayendo el aguacero sobre los pobres frailes. El día diecisiete, estos repartieron abundante pan a los soldados, la mayor parte de los cuales no comieron otra cosa en todo el día. Aquellos infelices muchachos protesta– ban su inocencia ante los religiosos cuando podían frater– nizar con ellos y lamentábanse de verse obligados a des· empeñar un papel más propio de impíos que de sinceros creyentes. No querían despedirse de sus prisioneros sin !le· varse algún recuerdo. Los Padres obsequiáronles con me– dallas y estampas, psro el coronel al ver aquellos objetos piadosos en manos de los soldados, se los quitó brutalmen– te y les castigó diciendo que no quería militares fanáticos. A pesar de la nota del Gobierno leída y comunicada a los Padres por el coronel Irungaray, estos no acertaban

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