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Los Capuchinos expulsados por la revolución 391 pita! de .Guatemala. Sabedor el propio Gobierno de que se había abierto una suscripción para costear los pasajes de Jos desterrados, fingió que los pagaba él, y así lo hizo co– municar a los religiosos, a fin de que estos, al llegar a su patria, no formulasen queja alguna. (C. III. p. 195). El día catorce salieron de Quezaltenango a las diez de la mañana, llegando a las cuatro a Santa María, donde pernoctaron en la iglesia. Día quince.- A las seis emprendieron marcha hacia el sur; y pasando por San Felipe, San Esteban y San Sebas– tián entre muchedumbres que expresaban con llanto su indignación y su dolor, llegaron a las cuatro de la tarde a Retalhúleu. El Padre Esteban y otros tres Padres fueron conducidos a la casa parroquial; loa demás al Ayuntamiento donde había buenas habitaciones. El público no podía con– tener su ira al ver tratado con tal desconsideración · a su santo misionero. Llovieron dádivas y socorros de todas cla– ses. En un momento se recaudaron por suscripción doscien– tos pesos, aparte de otros importantes donativos en dinero. Entre tanto todos se negaban a vender comestibles a los soldados y sus jefes. El mismo coronel entró en casa del Párroco quejándose de que para él no había ·ni una taza de café. Un honorable caballero, vecino de la villa, llamado Don Vicente Piloña, conocido del coronel y amigo suyo en la infancia, le contestó: «Tu vendrás conmigo y repartire– mos la sopa•. Dicho señor dijo al Padre Esteban, hablándole en se– creto. •No salgo de mi asombro a í ver el respeto con que el coronel trata a ustedes; desde niño se distinguía por la dureza de su carácter y por su sectarismo». Desde el momento en que los Capuchinos entraron en aquella villa, los hombres comanzaron secretamente los preparativos para atacar a la tropa aquella noche. No tardó en saberlo confidencialmente el Padre Esteban, quien llamó al Señor Piloña y le rogó que en su nombre hablase con los dirigentes u organizadores del asalto y les disuadiera de su propósito, asegurándoles que los soldados se porta– ban muy respetuosamente con los religiosos y que la vida de estos corría peligro. Solo a ruegos del Padre Esteban se evitó una noche de sangre y de luto. Es probable que los Capuchinos hubieran sido liberados, y que el asalto de los hombres de Retalhúleu, hubiera sido la señal de una con-
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