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390 El Padre Esteban de Adoain que no se podía en otras villas sin peligro de la tropa: pensó que a llí e_l pueblo era partidiario de Gc:rcía Granados y quE> prorrumpma en VIVAS al nuevo Gob1erno y a la libertad y en MUERAS a los frailes y a los tiranos; haría él una des– cripción de todo ello en «El Malacate• y así se demostraría que la expulsión de los Capuchinos era muy bien vista por los guatema ltecos y anhelada por el pueblo. Mientras la co– mitiva daba vuelta en la plaza, el periodista, autorizado sin duda por el Coronel, recorría los grupos vociferando calum. nias contra los frailes y haciendo esfuerzos por soliviantar los ánimos contra ellos. Pero el público guardaba profundo silencio, que resultaba imponente, dando a entender la pesa– dumbre que le causaba aquel modo de proceder contr~ los bienhechores del pueblo... Observando el coronel aquella a ctitud, temió por su propia seguridad, o por lo menos te– mió que se produjese algún desorden o ser delatado ante sus superiores, y queriendo disimular su concomitancia con el pérfido periodista, exclamó: <¡Que na die insulte a los Capuchinos, porque lo traspasaré de una estocada! ..• Alojados los frailes en la casa parroquial. el coronel dió permiso al público para visitarlos. Inmediatamente co– menzaron las visitas en gran número y las dádivas se multiplicaron como en otras ciudades, hasta el punto de verse obligados los Padres a rehusa r los ofrecimientos. El Ayuntamiento en pleno fué también a cumplimentar res– petuosamente a los presos, rogándoles se dignasen mani– festa r si algo necesitaban. Ta mbién el coronel visitó a los religiosos preguntándoles cómo les había ido durante su ausencia. Y sacando del bolsillo un pliego, les leyó una nota del Gobierno que decía a sí: Trate usted bien a los Capuchinos, cuidando de que na da les falte y los condu– cirá a l puerto de Champerico, en donde los recibirá un vapor norteamerica no, con quien tiene y a contratado el pasaje este Gobierno». Los Pa dres dirigiéronse mútua mente una mirada muy significa tiva, que fué un elocuente comenta rio a la des· carada mentira del Gobierno. Los malévolos ministros de Ga rcía Granados no se acordaron de recomendar al coro· nel la benevolencia para con los inocentes presos, ha~ta que vieron la actitud del Vicecónsul español y de los con· sules de Norte América y de Inglaterra que protestaron con· tra tan inhumano proceder, a los cuales se unió toda la ca-

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