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388 El Padre Esteban de Adaain cuarenta kilómetros. Sigamos a los infortunados presos en su peregrinación, interesante, aunque triste. Ellos viajarán sufriendo. Nosotros admirando su paciencia. Hemos de pasar por quince pueblos. En casi todos ellos el Padre Esteban había predicado misiones, como Jo recor. dará el lector. ¡Qué diferencia de escenas! Antes, el santo misionero entraba y salía en las villas y aldeas a pie, pe. ro levantando bien erguido el pendón de la Virgen, entonan. do cánticos de gloria. Ahora, preso y cerrado por un círculo estrecho de armas de fuego y acero. Antes, los pueblos en masa le acompañaban vitoreándole alegremente. Ahora le acompañarán llorando y exteriorizando su indignación con– tra los tiranos. Día ocho de junio. De Antiguu se dirige el convoy a Chi– maltenango, viila a cuatro leguas hacia el norte, llegando a la una del mediodía. El pueblo quedó atónito ante aquel espectáculo, que le sorprendió en extremo. Hombres, muje– res y niños lloraban sin poderlo remediar, y expresaban la indignación que les roía el alma. Todas las familias, a por– fía, llevaron comestibles para los religiosos; y al saber que– iban a pernoctar en la villa, les llevaron ropas y petates so– bre los que pudieran dormir, acomodándose en la estrecha sala del Ayuntamiento. Día nueve. Era domingo. No se les permitió celebrar la santa Misa, ni oirla, aunque el Padre Esteban se lo suplicó al coronel. Pasaron por Zaragoza y Patzizia. En ambos pue– blos repitiéronse las escenas de Chimaltenango, abundan-· do tanto las provisiones, que los frailes pudieron socorrer a soldados, jefes y oficiales. Y continuaron hacia Patzum. di– rección oeste. Allí los inocentes presos temieron por su vida. Todos los hombres resolvieron organizarse y salir armados a un lugar estratégico, donde atacarían a la tropa, cayendo sobre ella por sorpresa. Pero una buena señora se presen– tó ante ellos y les manifestó la orden severísima que llevaba el coronel. Esto bastó para que depusieran su actitud. fue– ron alojados Jos frailes en la casa parroquial. El jefe dió per; miso para que fuesen visitados por el público, que les llevo abundantes comestibles y ropas y calzados, de todo lo cual participaron los soldados. Día diez. De Patzum regresaron los carruajes que eran propiedad de familias de Antigua; y fueron sustituídos po; cabalgaduras ofrecidas gratuitamente. También desaparec!O
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