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382 El Padre Esteban de Adoain puede mandarnos salir de la República; pero no puede lle– varnos a donde él quiera. Somos libres para escoger el punto de destino y queremos volver a Europa. En conse– cuencia suplico a usted que ponga un correo al Gobierno para que disponga se nos lleve al puerto de San José, y mientras venga la contestación, permaneceremos en el Con– vento a puertas cerradas y con centinelas a la vista» (1). Prometió el Coronel que inmadiatamente pondría el co– rreo para el Gobierno. Pero no accedió a la segunda de– manda. Entre tanto los religiosos, a una simple palabra del Su– perior, íbanse reuniendo en el tránsito. A la pálida luz de algunas candelas veíaseles salir de sus peq;;_eñas celdas. Movíanse lentamente. Guardaban silencio profundo. Dirínse que eran sombras que salían de unos sepulcros. A medida que se acercaban parq ocupar su puesto en la doble fila, dibujábase su continente. Todos llevaban su crucifijo sobre el pecho, una pequeña alforja al hombro y algunos, un bas- 1Ón rústico. Eran en total treinta y nueve. Véanse al final dei pre– sente capítulo los nombres de los religiosos. Algunos de ellos, muy jóvenes, de rostro casi infantil, abrían desmesu– radamente los ojos mirando a los Padres y como interro– gando con sorpresa: -¿Qué van a hacer con nosotros estos hombres arma– dos? ¿Qué crimen hemos cometido? La incertidumbre les devoraba. La palabra destierro podía convertirse en la de fusilamiento. Y nadie les daba contestación, porque nadie sabía en qué pararía aquello que comenzaba con caracteres de tra· gedia; y todos ignoraban la verdadera intención del Gobier– no y del Coronel. ¡Momentos de horrible pesadilla!. .. Sucumbiendo a ella, inclinaban la cabeza, como espe· rando el golpe crueL .. el golpe de una ley inicua, tan infame como el hierro ensangrentado de un tirano. El Padre Esteban que conversaba con el jefe y con los ediles, sacó una botella de vino del que se usaba para el santo Sacrificio de la Misa y ofreció un vaso al militar. Va– ciló éste un momento clavando los ojos escrutadores en el ( 1 ) C. III, p. 192.

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