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El Misionero ante la revolución 375 )e manifestará la verdad desnuda. Con este motivo me sus– cribo su servidor y Capellán.-Fray Esteban de Adoain, Mi– sionero Apostólico» (!). La carta del P. Adoain así como la de su Superior, fue– ron leídas por el Ministro de la Gobernación, por el Pre– sidente de la República y por todo el Gobierno. ¿Qué co– mentarios harían entre sí los Padres de la Patria? Es seguro que no andarían muy sosegados de nervios, y exclamarían mirándose unos a otros: Con hombres como estos no podremos avanzar un paso. La revolución no se consolidará. Nosotros tenemos las armas, el P. Esteban tiene el pueblo. ¡Y las armas son tan inseguras!. ¿Y qué providencias tomamos? La prudencia acon~eja esperar a que pase la efervescencia del pueblo y se sosie– guen los ánimos. Después, una sorpresa no será difícil. En efecto: Los Capuchinos fueron expulsados por sor– presa, como diremos en el siguiente capítulo. Mas no terminaremos este sin referir un suceso raro ocurrido por aquellos días en el Convento de Capuchinos de la Antigua, que sembró la alarma en la Comunidad. Lo hemos oido referir a cuatro testigos presenciales. El día de Jueves Santo del mismo año 1872, al anoche– cer, mientras oraban algunos religiOsos ante el Santísimo Sacramento expuesto en sencillo monumento, oyóse durante buen rato un formidable estruendo sobre las bóvedas del templo y de gran parte del edificio. No pocos frailes, sin disimular su espanto, corrieron al lado del Padre Guardián, mientras otros acudían a presencia del P. Esteban. El Su– perior subió acompañado de otros Padres a inspeccionar los tejados. Y vieron con sorpresa que habían caído gran cantidad de piedras, algunas de volumen descomunal. Pero no salían de su asombro al ver que no se había produddo el más leve deterioro en la obra. El Padre Guardián comunicó sus impresiones a la Co– munidad dejando entrever que aquel suceso no tenía ex– plicación, si no se calificaba de fenómeno preternaturai. . ¿Será que los anticlericales, aunque son pocos los de Antigua, han organizado y cometido una agresión a la casa? Pero, ¿qué anticlericaL aunque sea un Sansón, puede (1) C. III, pág. 174 y sig.

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