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32 El Padre Esteban de Adaain y los sollozos y súplicas de la inocente víctima quebran– taron la dureza de Morcilla, que conmovido y atónito, se echó a los pies del Siervo de Dios, clamando que ya se confesaría. El padre Adoain abrazó efusivamente al reo y le pro– metió que le traería inmediatamente un confesor de gran espíritu y unción evangélica. Voló al convento y puso en conocimiento de su Profe– sor, Padre Manuel de Pasajes, las nuevas disposiciones del reo. Sin perder minuto, se presentó éste en la cárcel, halló a Nicolás Morcilla emocionado y más dócil que un cor– dero. Le oyó en confesión con gran paciencia, acto que duró tres cuartos de hora, porque los sollozos apenas le per– mitían hablar al pobre reo. Al día sigiente, a primera hora de la mañana, Nico– lás era conducido sobre baste, y vestido de túnica ama– rilla, a la plaza de la fruta, hoy plaza Consistorial; donde el garrote vil, más que instrumento de muerte, fué llave que le abrió la puerta de la otra vida. La penitencia y la sangre del Siervo de Dios, habían salvado el alma de un criminal (1). (1) La ejecución de Nicolás Marcilla consta en el Libro de Actas de la «Asociación de Caridad de las Cárceles Reales», de Pamplona. En él se consigna que la confesión duró tres cuartos de hora y que fué oído y absuelto por el Padre Pasajes, Capuchino. Consta también en el Libro Cuarto de la Cofradía de la Vera Cru:r. de la ciudad de Pamplona, Priorato de 1833 a 1834. (Archivo Mu– nicipal de Pamplona).

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