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El Misionero ante la revolución 369 ¡¡caron sucesivamente, retirados en los nuevos locales de· que hicimos mención en el capítulo anterior. Llegada la Cuaresma, predicaba en la iglesia de Nues– tra Señora de Guadalupe los viernes y los domingos. El concurso era tal, que se llenaban el templo, el presbiterio, el coro, la calle y la plaza. En vista de esto el domingo· cuarto de cuaresma comenzó Ejercicios para todo el público. Dejó además oir su voz nuestro Misionero en algún otro templo de la ciudad. El día de Viernes Santo predicó en la iglesia de la Merced un sermón que causó revuelo entre· los anticlericales. He aquí lo ocurrido: El Arzobispo publicó desde el destierro, un edicto condenando •El Malacate» y prohibiendo su lectura bajo pecado mortal. Según declaración jurada del Padre Benito de Guate– mala, testigo presencial de los hechos, no había clérigo que se sintiera con valor para leer públicamente dentro del tem– plo el gravísimo documento del Prelado. Nuestro P. Esteban subió al púlpito con el Documento Pastoral en la mano, lo leyó con gran serenidad; y luego, ante las cuatro mil per– sonas que le escuchaban, refutó una por una las frases he– réticas y calumniosas de los números cincuenta y uno y cin– cuenta de •El Malacate». El público quedó vivamente im– presionado. La actitud del Misionero fué calificada unáni– mente corno propia de un santo, a quien nada intimidan las potestades del mundo. En la conciencia de todos estaba que los susodichos periódicos se publicaban bajo el patrocinio del Gobierno, si ya no eran subvencionados por él. El sermón del P. Esteban ha de traer cola, decían los anticlericales de la ciudad, quienes sin duda informaron a . su antojo al Ministro de la Gobernación. Y la trajo. El día 9 de abril, don Francisco Alburés, Ministro de la Gober– nación, dirigió una carta al Padre Segisrnundo de Mataré, Superior del Convento de Capuchinos, pidiéndole que des– terrase al P. Esteban a país lejano, con pretexto de alguna comisión. El Ministro no tenía valor para desterrar al Siervo de Dios, porque presumía que tal determinación había de provocar la indignación popular, que podía estallar en una contrarrevolución. Por eso escogió el medio expresado en la carta. El Pa– dre Segismundo se vió en grave aprieto. Si se negaba a obe– decer al Ministro, corría peligro él mismo, y era probable, Pür no decir seguro, que condenaba a destierro y dispersión 24

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