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362 El Padre Esteban de Adaain -- tado el. ejército del legítimo presidente Don Vicente Cerna en las inmediaciones de la Antigua. El día treinta entr6 triunfante en Guatemala (ciudad) Don Miguel García Gra. nado3 y fué reconocido como presidente provisorio. Los eón. sules, el AyuntamiEcnto, el señor ~r~obispo, con su cabiido y corporaciones religiosas le reconocieron como tal. Y yo como Prelado que entonces era, me presenté en nombre de la Comunidad, a ma nifestar e:1 mismo reconocimiento v ad. hesión al Gobierno. A todos prometió no hacer innov~ción alguna en lo religioso. Estas eran sus ofertas en sus procla– mas dirigidas al pueblo. Pero sus intenciones eran opuestas. »Creó una Junta patriótica. Esta se componía de la chus– ma y de lo más wez de Guatemala. En sus reuniones noc– turnas comenzaron a manifestar su odio contra los Institutos Religiosos en especial contra ios Padres de la Compañía de Jesús. Todos los días salían escritos los más soeces y asque– roz.os contra la religión. •Viendo el pueblo que la Junta patriótica pedía la ex– pulsión de los Jesuítas, elevó al Gobierno una petición fir– mada por más de veinte mil personas de las más resp~tables de Nueva Guatemala, suplicándoJe que de ninguna manera. convenía que el pueblo fuese privado de un bien tan. grande y tan necesario como el de la instrucción. »Pero el presidente que se llamaba amigo del pueblo despreció al pueblo; y los Padres de la Compañía tuvieron que salir. Y un mes después fueron desterrados el señor Ar· zobispo Don Bernardo PiñaL y el Ilustrísimo Don Manano Ortiz Urruela. Para a callar al pueblo, se valieron de las c~lumnias más negras e inauditas. Causa horror lo que se habló y escribió contra tan dignas personas. •También los Capuchinos estábamos comprendidos en el decreto de expulsión; pero Dios dispuso otra cosa. Una de las hermanas del Presidente, muy buena cristiana y ene· miga de las ideas de m herma no, se hallaba en la Antiqua. Esta supo que ya el decreto estaba dado, y que el veintiocho de Agosto por la noc:;he iban a sacar a los Capuchinos. Lo manifestó así a una sola persona por la mañana; y esto bastó para que por la tarde comenzase el movimiento de toda la ciudad. De todas partes iban llegando homb!e;s y mujeres todos dispuestos a morir antes que permitir sahr a uno solo de los Capuchinos. Las mujeres unas lloraban; otras puestas de rodillas en medio de la plaza levantaban

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