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Prelado y Misionero 355 que le atenazaban el alma, se resolvió a interrogarle si era a}guno de los apóstoles de Jesucristo que había resucitado. La pregunta hizo sonreir al buen Padre y se concretó a exhortarle que se aprovechase de la palabra de Dios. · Acompañados de toda la población de Jocopilas, se tras– ladaron a Chinique el nueve de Mayo, donde no hubo ni uno solo que permaneciera indiferente a la llamada de los ¡nisioneros. Por momentos iba aumentando el entusiasmo religioso en aquellos pueblos que parecía querían rivaiizar en demostraciones de afecto a los enviados de Dios. El Pa– dre Igualada tan pesimista y receloso los primeros días, no B(llÍa de su asombro, e interrogaba con frecuencia: Pero ¿son estas gentes las que con tanto ardimiento se levantaron en armas hace cuatro días? El paso de los misioneros era una verdadera marcha iriunfal. En aquella comarca en que tan vivo se había encendido el fuego de la revolución, corría el rumor de que el Padre Esteban era un ser sobrenatural. v no sabían como expresarlo. ' • En Chinique mismo le preguntaron por los años de edad que tenía. Preguntó a su vez el misionero por qué deseaban saberlo. Confesáronle que se había sostenido entre ellos una discusión: según algunos el Padre Esteban tenía doscientos años, otros aseguraban que ciento cincuenta. Pero todos opinaban que Dios le conservaba la vida para poder pre– gonar su divina ley. De Chinique pasaron a Chiché y finalmente a Santo To– más de Chichicastenango, donde terminaron el día dos de Junio con las mismas demostraciones extraordinarias de de– voción y de simpatía a los misioneros. Con esta misión quedó cumplido el recorrido e itinerario Beñalado por el Gobierno y por el Arzobispo. El éxito de– lllostró que no quedaron fustradas las esperanzas que ambas autoridades cifraron en la intervención·espiritual de nue~tro Padre Esteban. Ningún caudillo que regresara victorioso después de tU?a campaña, merece tantos honores y recibimiento tan a po· leósico como mereció nuestro misionero al regresar de esta ll$piritual conquista. Si hubiera entrado en la capital con el razonable pretexto de informar al Gobierno acerca c!e la ~C!itud y pacificación de los pueblos sublevados, hubiera ~o aclamado entusiásticamente. Pero prefirió diriguse an lilencio a su convento de la .Antigua, desde donde escribió

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